Las recientes elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) dejaron a los argentinos ante un panorama complejo. La única fuerza capaz de dar cauce a los intereses de las mayorías trabajadoras, el peronismo, muestra una carencia de jefatura de difícil resolución. Se encuentra balcanizado en reductos provinciales y no logra recomponer su vínculo con el Movimiento Obrero Organizado y los sectores populares. Depende de la dirigencia justicialista alcanzar la necesaria unidad para frenar el experimento neoliberal de Cambiemos. Pero aquí no examinaremos el presente del movimiento nacional forjado por el General Perón y la clase trabajadora en las intensas jornadas del 45. Aquí analizaremos un actor que se presenta como su alternativa “obrera y socialista”: la autodenomina izquierda.
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Las recientes elecciones re-actualizaron una constante del régimen demoliberal argentino vigente desde 1983. Las llamadas izquierdas se presentaron divididas, generando confusión entre los votantes. Estos tuvieron en el cuarto oscuro dos listas de “izquierda”. Llamativamente ambas provienen de la misma tradición política. Recordemos que hacia el 2011 se constituyó el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT), espacio que en los últimos años intentó arrogarse la representación de la izquierda en el mapa político argentino. La implementación de las PASO, obligó a estos partidos minoritarios a unirse para no perder relevancia.
Al día de la fecha, los avances logrados por el FIT son, a todas luces, escasos. Tras las elecciones de medio término del 2013, el FIT ingresó 3 diputados nacionales al parlamento. Sucede que en las recientes PASO participó otro frente electoral, la llamada Izquierda al Frente, que disputa con el FIT la representación de la izquierda en el mapa político argentino. La fragmentación en curso puede llevar a que el FIT no renueve las bancas nacionales que obtuvo en el 2013. De allí que, desde un punto de vista pragmático e inmediatista, el votante que quiera apoyar una oposición real al experimento neoliberal de Cambiemos puede descartar cualquiera de estas opciones, ya que su división empeora los magros resultados que obtuvieron en las elecciones pasadas.
Ahora bien, si intentamos ir un poco más a fondo, y preguntarnos por el fundamento de la esterilidad orgánica de estos partidos, tenemos que considerar una serie de elementos. En primer término, ¿por qué desde el 83 a la fecha persisten en las mismas prácticas y estrategias, a todas luces inconducentes? Ello se debe a su condición ultraizquierdista.
El FIT presenta un programa destinado a “impulsar la movilización política de los trabajadores y sectores explotados contra el gobierno, las patronales y su Estado”, pronunciándose a favor de la abolición drástica, lisa y llana, del “Estado Burgués” y del “Régimen de Propiedad Privada”, sin distinguir sectores, matices, ni dinámicas de lucha. Estas frases pomposas justifican la instrumentación de las luchas populares a sus magnos fines partidarios.
Un caso particularmente significativo fue la reciente derrota sufrida por los trabajadores de transporte público en Córdoba Capital. Allí, el abogado laboralista y candidato a diputado nacional por el FIT-PO por Córdoba, Jorge Navarro, ofició de asesor de hecho de las delegadas de trolebuses, instando a no acatar la conciliación obligatoria propuesta por el ministerio de trabajo. Como lo reconoció el líder de la protesta, Marcelo Marín, allí se produjo la clave de una derrota que dejó a más de 150 trabajadores en la calle y abrió el camino a tentativas legales de restringir el derecho a huelga por parte del gobierno provincial y la oposición.
Ahora bien, ¿es Navarro un profesional negligente e irresponsable? Evidentemente sí, pero eso no agota la cuestión. El modus operandi de la ultraizquierda consiste en estimular la protesta hasta llevarla a sus últimas consecuencias, negando las instancias de negociación -constitutivas de la actividad sindical- y desentendiéndose de sus consecuencias. En el marco de alta conflictividad la “izquierda” levanta la cosecha, que suele reducirse a incorporar nuevos “cuadros” militantes y la aparición histérica en la escena mediática. Subordinando así la defensa realista de los trabajadores a las necesidades de sus partiditos “revolucionarios”.
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Por otra parte, se suele caer en el error de calificarlas de trotskistas, en referencia a León Trotsky. En rigor, estamos ante una ultraizquierda cipaya de ropaje trotskoide, inspirada, en lo fundamental, en Nahuel Moreno e ideólogos de similar perfil, no en Trotsky. Se sabe que el gran revolucionario ruso pasó sus últimos años de vida en el Méjico presidida por el general Lázaro Cárdenas, quien le brindó asilo permitiéndole así sortear por unos pocos años la persecución estalinista. En esa convulsionada década del treinta del siglo pasado, Trotsky brindó las coordenadas esenciales acerca de la relación entre las izquierdas y los movimientos nacionales latinoamericanos.
La nacionalización del petróleo decretada por el gobierno Mejicano el 18 de Marzo de 1938, es un episodio clave en la perspectiva de Trotsky sobre Latinoamérica. Diecisiete empresas petrolíferas de capital extranjero operaban en México. Entre ellas se encontraban la “Compañía Mexicana de Petróleo El Águila” (London Trust Oil-Shell), Mexican Petroleum Company of California (actualmente Chevron-Texaco), Pierce Oil Company (subsidiaria de la Standard Oil Co.) y la Mexican Gulf Petroleum Company (más tarde, Gulf Co.).
Como cabía esperar, los países de origen de las petroleras (Países Bajos, Estados Unidos e Inglaterra), reaccionaron de manera adversa a la medida, pese a que el gobierno mexicano ofreciera indemnizar a sus propietarios. Para tomar por caso Inglaterra, además de ser país de origen de parte significativa de las inversiones, era el principal consumidor del petróleo mexicano, ya que abastecía no solo a su industria sino también al sistema militar inglés. En este marco, y atendiendo a que el abastecimiento de hidrocarburos era un tema particularmente sensible en los prolegómenos de la segunda guerra mundial, Trotsky caracteriza la medida del presidente Cárdenas del siguiente modo:
“El México semicolonial está luchando por su independencia nacional, política y económica. Tal es el significado básico de la revolución mexicana en esta etapa. Los magnates del petróleo no son capitalistas comunes, no son burgueses corrientes. Habiéndose apoderado de las mayores riquezas naturales de un país extranjero, sostenidos por sus millones y apoyados por las fuerzas militares y diplomáticas de sus metrópolis, hacen lo posible por establecer en el país subyugado un régimen de feudalismo imperialista, sometiendo la legislación, la jurisprudencia y la administración. Bajo estas condiciones la expropiación es el único medio efectivo para salvaguardar la independencia nacional y las condiciones elementales de la democracia. (…) La expropiación del petróleo no es ni socialista ni comunista. Es una medida de defensa nacional altamente progresista.”
Recuperando la distinción leninista entre países opresores y países oprimidos y la tesis acerca de la centralidad del fenómeno imperialista, Trotsky indica que los movimientos nacionales latinoamericanos enfrentan al imperialismo, arrebatándoles resortes del poder económico. Para ello suelen movilizar sectores populares y organizarlos desde el Estado.
Ahora bien, como todo desarrollo histórico es contradictorio, los movimientos nacionales suelen claudicar en su disputa con el imperialismo y controlar a los sectores populares incorporados a la lucha política. El desafío para una izquierda lúcida, nacional y pujante, reside en impulsar la formación política de la militancia y desarrollar las prácticas combativas de las bases y sectores intermedios señalando las claudicaciones de la dirigencia nacional; en la perspectiva de unificar a todos los sectores opuestos al capitalismo neoliberal y dependiente, es decir, opuestos, en última instancia, al imperialismo y sus aliados locales. Como se observa, algo muy lejano de las ultraizquierdas cipayas, que siguen trabajando para la derrota permanente.