Algunas inquisiciones sobre la Reforma Universitaria y sus múltiples direcciones/ Jorge Torres Roggero

Foto 3 Manifestación de la UCR 1912_vga1.-

Nací en 1938 y me pregunto: ¿qué pensaban los reformistas del 18, veinte años después, sobre los logros de la Reforma Universitaria? Reviso y encuentro textos de importantes actores de esos inicios. Su currículo los signa como escritores, pensadores, cineastas, políticos, científicos de relevante actuación en la vida cultural argentina. Rebeldes todavía, y llenos de propuestas, se despliegan textos de Noel Sbarra, Diego Luis Molinari, Alcides Greca, Julio V. González, Ernesto Giudice, Pablo Lejarraga, Enrique Puccio y Héctor P. Agosti.

Noel Sbarra fue un gran propulsor de la pediatría en la Provincia de Buenos Aires y promovió la fundación del hospital que hoy lleva su nombre. En 1938, denunciaba “la avilantez de los vende-patrias, en inescrupuloso afán de enriquecerse; el predominio de los consorcios extranjeros, la adopción -por “snobismo”- de doctrinas exóticas; la falta de solidaridad nacional y desprecio por las cosas del espíritu”. Su conclusión sobre los logros de la Reforma incluye esperanza y autocrítica: “La Universidad, después del 18, no fue lo que ha de ser, pero dejó de ser lo que había venido siendo”. Y este otro aserto todavía vigente:“La Universidad ya no es oligárquica, pero tampoco es popular.”

Se distinguen, asimismo, con nitidez, los comunistas Ernesto Giudice ( en 1973, renuncia al Partido con un texto memorable: Carta a mis camaradas) y Héctor P. Agosti. Ellos concretizan importantes aportes al pensamiento político-social argentino y dan testimonio con su militancia llena de persecuciones, prisiones y censuras. Baste recordar que, en 1936, Agosti responde una encuesta sobre la Reforma de la revista “Flecha”: “desde la cárcel”.

Pero me voy a detener, sobre todo, en los irigoyenistas (ya se verá por qué). Ellos sufrieron persecución, cárcel o exilio a partir de 1930. Provenían de familias inmigrantes de numerosa prole y escasos recursos. Los socialistas (la mayoría, algunos muy importantes, entre ellos Julio V. González y Deodoro Roca) estuvieron contra Yrigoyen e incluso, por lo menos en sus comienzos, esperanzados con el golpe.

Veamos el primer irigoyenista: Diego Luis Molinari. De padres italianos y numerosos hermanos, fue uno de los autores de la ley de nacionalización del petróleo, del proyecto de Código Nacional del Trabajo para sumar nuevos derechos a los trabajadores, de una ley general de asistencia social. Yrigoyen lo nombró Presidente del Departamento Nacional del Trabajo que luego fue hábitat político de cierto coronel del pueblo. En 1930, a la caída de Yrigoyen, “se refugió en la embajada japonesa y, en una nave de ese país, llegó al exilio brasileño junto a su familia”. Fue un excelente y olvidado historiador revisionista, profesor en las universidades de Buenos Aires y La Plata. En 1945, Molinari formó parte de los radicales que se unieron al peronismo. De tal modo, llegó a ser senador nacional tanto de Yrigoyen como de Perón. Sostuvo con solidez la defensa de lo nacional y popular en la investigación científica y esa postura se plasmó en una copiosa obra que habría que revisar. En 1938, Molinari consideraba que en el fenómeno de la Reforma Universitaria había que tener en cuenta a la inmigración. Postulaba, además, que la Reforma “bregó por idénticas oportunidades para las familias humildes como las de los que a sí mismos se tildaron de decentes y distinguidos”. ¿A la Reforma de Córdoba, la hegemonizaron los “decentes y distinguidos”? Consideraba, además, que la “tarea del 18 todavía está en sus principios”. El 18 inició una tarea, pero no está concluida “como no está concluida la etapa esencial de nuestra libertad tal como la quisieron y predicaron quienes en 1810, solo la concibieron posible como consecuencia de una democracia integralmente realizada”. En 1955, volvió al exilio; esta vez, Panamá.

Vayamos ahora al otro “gringo” radical, el santafesino Alcides Greca: ¿Qué pensaba de la Reforma, quien había sido uno de sus protagonistas, en 1938?

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Alcides Greca fue abogado, periodista, cineasta, profesor, escritor y político nacido en 1889 en San Javier, provincia de Santa Fe. Falleció en Rosario en 1956. Algunas de sus obras: Viento Norte (1927); La Torre de los Ingleses (1929); Cuentos del Comité (1931); Tras el alambrado de Martín García (1934); La Pampa Gringa (1936). Además, se lo debe considerar como uno de los iniciadores del cine argentino ya que produjo y dirigió El Último Malón (1917 ) que versa sobre la rebelión de los mocovíes en 1910. Hijo de padre italiano y madre francesa, fue el segundo de doce hijos. En el pueblo natal, compartió la escuela pública con sus compañeritos mocovíes.

Reduzcamos nuestro ángulo de visión. ¿Qué decía este protagonista no cordobés sobre la Reforma en 1938? Veamos algunos breves fogonazos.

En un discurso titulado “El camino que debe seguir la Reforma”, observaba “apesadumbrado” que pueden ser contados con los dedos de las manos los reformistas que no se hayan deslizado hacia “el silencio y la molicie de la vida burguesa”.

En general, en 1938, veinte años después, los reformistas del 18 piensan que, si bien se han logrado ciertos avances en la burocracia académica, se ha perdido el “impulso” inicial, la “rebeldía”, la conquista de la “calle” y el “codo con codo” con los trabajadores: “La Reforma en el 18 luchó en las calles con el apoyo de los gremios obreros y las fuerzas representativas de la opinión pública”.

Alcides Greca recobra, además, la idea de Patria Grande: “ Hay que mirar a América que debe formular sus ideas para la gran misión futura. ¿Por qué América ha de seguir buscando en Europa, en los conflictos de Europa, la solución a sus propios problemas? Por otra parte, añade la idea irgoyenista (Ortiz Pereyra) de que Argentina debe cumplir la tercera gran etapa (tercera emancipación) de la batalla nacional y continental, “su liberación espiritual y económica”: “Liberad a América del imperialismo capitalista y extranjero, liberad al hombre americano de la miseria y el hambre, liberadlo de la ignorancia y la incultura”. Por lo tanto, concluye, ¿cuál es el camino de la Reforma?: “Debe salir de las aulas, de los claustros de la disputa casera y pueril. Su misión está hoy en la calle, en la prensa, en las mil tribunas del pueblo” (en los movimientos sociales diríamos hoy). Y concluía: “Cuando la Reforma esté en todas partes, convertida en un teoría político social, las camarillas, los santones y los viejos infolios se verán aventados por algo más violento y expeditivo que las protestas, más o menos líricas, de los delegados estudiantiles.”

Haciendo una autocrítica, reafirma que la Reforma Universitaria no debió estancarse limitando su acción a los problemas de la enseñanza: “La generación el 18 ha envejecido, aunque su vigoroso espíritu siga orientando a la juventud presente (…) La Reforma tiene que salir a la calle y convertirse en un credo americano. Ya no basta designar autoridades y delegados, rever programas de estudios, auspiciar la investigación científica, combatir las camarillas y el nepotismo”. La consigna es clara: hay que salir a la calle y tomar contacto con el pueblo. Recordemos que estamos en plena Década Infame y la Argentina, en manos de una “oligarquía maléfica” (José Luis Torres dixit) es, en la práctica, una colonia de su majestad británica.

Aparecen, además, las urgencias de la preguerra, el rechazo al fascismo, al nazismo y la condena a la violencia ejercida por los imperios y las oligarquías sobre los pueblos del mundo. Concluimos con este párrafo que nos parece significativo y que revela la importancia para la Reforma del populismo político, social y cultural que desemboca en el APRA peruano: “La Reforma debe estar con los perseguidos de todo el mundo, con los bravos apristas peruanos, con sus presos del Panóptico, de la isla “El Frontón”, de las casamatas de El Callao y los campos de Madre de Dios (infierno verde), con los perseguidos y encarcelados de Brasil, con agrarios (campesinos) de Brasil, con el frente popular de Francia y con los portoriqueños oprimidos por la plutocracia yanqui”.

Luego de revisar cómo veían la Reforma en 1938 dos protagonistas no cordobeses y de raíz irigoyenista y, quedándonos con la subsistencia, a través de los tiempos, del “vigoroso espíritu inicial” y la vocación de unidad americana y justicia social de la Reforma, en los puntos que siguen, voy a ir dejando diferentes hilos de entrada a la gran trama de la Reforma Universitaria como un texto lleno de sentido que nos abarca a todos: los de antes, los de hoy, los de mañana.

reforma universitaria3.-

El principal y siempre flamante costado de la Reforma Universitaria es su clamorosa carátula de revuelta juvenil. Fue un impulso redentorista y liberador de la juventud universitaria de Córdoba, Argentina y América Latina. Tras la Revolución Mejicana, la Gran Guerra y la Revolución Rusa, toma la palabra la juventud en nombre de una nueva sensibilidad.

En el ámbito estrictamente universitario, es una rebelión contra la burocracia de una oligarquía que se había adueñado de las cátedras como de un bien hereditario y contra el dogmatismo tanto clerical como cientificista. La juventud reclama “maestros”; no quiere más, son sus palabras, “sobadores de textos”, “fríos coleccionistas de saber”, “domésticos doctorados”, “dómines verbalistas”, “parásitos de la cultura”, “mutiladores de la vida”. Es un relato abierto al futuro. Rechazan, por lo tanto, un magisterio que “tiraniza, insensibiliza, seniliza y burocratiza” la cátedra. Por eso, el manifiesto postula: “en adelante, sólo podrán ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien”. Todavía en 1936,

Deodoro Roca, resumiendo una encuesta realizada en la revista “Flecha”, que él dirigía, bajo el título de “Encuesta. Dictadura+Burocracia=Universidad de Córdoba”, escribe:

“La enseñanza se ha mediatizado de tal suerte que el profesorado, en el mejor de los casos, solo produce “apuntes”, o sea, saber “congelado”. Son gente que no producen. “Reproducen”. Y reproducen mal (…) Todos reproducen. Y -lo que es más grave- se reproducen. //// En la Universidad prolifera una “burocracia” astuta. Características del burócrata cordobés (variedad ya famosa en la Argentina) que halla en la Universidad, en sus adyacencias y subyacencias, su mejor caldo de cultivo.”

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En mi libro Poética de la Reforma Universitaria, procuro remarcar las distintas tramas discursivas que transita la rebelión estudiantil mediante un recorrido por la oratoria, que es el género predominante hasta cuando teorizan.

La elección de la antigua tríada (verdad, belleza y bien), el tono profético referido a la decadencia de Europa y advenimiento de lo que llaman “la hora” de América, marcan el tono expresivo predominante. Consideran que la guerra mundial y la explotación del hombre en Occidente, son consecuencia de la propiedad privada y el Estado en manos de la burguesía, el militarismo y el clero. Saúl Taborda, en “Reflexiones sobre Ideal Político de América”, postula que “Europa ha llenado con su nombre veinte siglos de historia, pero todos los siglos que llegan pertenecen a la gloria de América”. Es una visión de la historia de la humanidad desde la teoría (el ojo, la mirada) y canto.

En la escritura y en la oratoria reformista reproducen, en un mestizaje enfático, el discurso auguralista del modernismo-arielismo (Rubén Darío, Rodó) por un lado; y, por otro, la utopía anarquista de la rebelión contra el Estado por ser una creación capitalista. Taborda elige sus guías: Platón, Kropotkin y el krausista Rafael Altamira. Deodoro Roca, por su parte, sostiene que “necesitamos maestros a la manera socrática”. Son “los que comprendieron el sentido profundo de la vida”. Circula, entonces, en lo que llamo “poética de la Reforma Universitaria”, una polémica interna entre la postura de una vanguardia vitalista y la estética modernista que explico largamente en mi libro. Por otra parte, es marcada, en ese momento, la influencia de Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones. Este último apoya ostentosamente la Reforma y escribe El dogma de obediencia. Arturo Capdevila sólo se animó a publicar un capítulo “La historia del dogma” en el reinaugurado Boletín de la Facultad de Derecho. Vale la pena releer y repensar ese texto para valorar sus aportes críticos a la interpretación histórica y su fuerte tono anarquista. El texto completo recién fue publicado en 2011 por la Biblioteca Nacional con prólogo de María Pía López y Cecilia Larsen. Es el único texto de fe reformista que vindica la “condición de la mujer” mal que le pese a los detractores de Lugones.

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Ahora bien, otra de las preguntas que uno puede hacerse sobre la Reforma es esta: ¿tuvo repercusiones políticas?

Hubo, en ese momento, tres vanguardias que reivindicaban la “vida” como fundamento de libertad, democratización y despliegue de las posibilidades de encuentro entre estética, saber y justicia social. En primer lugar, una vanguardia estética que comprendía a los escritores que venían a democratizar las normas de la vieja retórica (revistas “Prisma”, “Martín Fierro”). En segundo lugar, la Reforma Universitaria. Los jóvenes estudiantes hablan de “abrir las puertas a lo que viene”, “tomar lo suyo sin pedírselo a nadie” y sueñan con unir a los estudiantes revolucionarios con la “sangre generosa de los obreros” en la calle.

Ahora bien, propongo que periodicemos de en modo retrospectivo: 1922, vanguardias artísticas; 1918, vanguardias estudiantiles. Pero hay una vanguardia predecesora sin la cual carecen de sustento las dos mencionadas arriba. En 1916, surge una nueva fuerza social. Según el reformista socialista Julio V. González, se manifiesta como “rumor de la tierra” y “tiniebla del futuro”. Es un factor propio de nuestro país: se trata del advenimiento del radicalismo al poder. Llegaba, sostiene González, con el ímpetu y la ceguera de las corrientes renovadoras. Lo califica como “avasallador y brutal”. Despreció las instituciones, destruyó todas las normas, escarneció todos los hombres del régimen que abatía. No traía nada, llegaba a destruir. Era una fuerza demagógica, anárquica, disolvente; era la sensibilidad popular llegando al gobierno.

En esa pieza oratoria, Julio V. González muestra una enfática lucidez analítica y, al mismo tiempo, las limitaciones que, desde su nacimiento (“ab ovo”) caracterizan a la Reforma: la incomprensión de los gobiernos populares. Por eso conspirará y participará activamente (salvo excepciones individuales) en el derrocamiento de Yrigoyen y Perón.

Recordemos 1938. Alcides Greca, protagonista de la Reforma en Santa Fe publica “El camino que debe seguir la Reforma”. Ese discurso, que hemos revisado parcialmente, fue pronunciado en la Facultad de Ciencias Médicas, Rosario, en el Aniversario de los XX años de la Reforma. Alcides Greca, insistimos, fue uno de los iniciadores de nuestro cine con su película “El último Malón” (1917) y autor de una novela que debería estudiarse de nuevo en nuestras facultades, “La Pampa Gringa” (1936). Veinte años después del brote reformista, Alcides Greca sostenía que, en 1918, la “juventud estudiosa era víctima de una camarilla ultrarreaccionaria que usufructuaba la universidad con el criterio ecónomico rural de nuestros terratenientes”. Y que la “elite agrofeudal, desalojada del poder por el empuje de la voluntad popular, se atrincheró en las universidades”. Los estudiantes de la Facultad de Derecho inician la lucha con la cooperación del “primer gobierno de origen auténticamente popular que surgiera en el país. Alcides Greca, era radical, con la caída de Yrigoyen estuvo preso en Martín García y publicó su novela en el exilio chileno. También Ricardo Rojas estuvo preso en Martín García por ser radical. Por supuesto, eso no los hace mejores o peores escritores o críticos. Solamente muestra los avatares de la inteligencia en la Argentina, los criterios que incluyen o excluyen del canon estéticas, obras, temas, tendencias que merecen una revisión.

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Aunque la Reforma se nos presenta, a veces, un poco borrosa, a lo mejor es bueno preguntarse si hubo factores culturales caseros, propios de Córdoba y tratar de saber cómo era la ciudad en 1918.

Desde la generación del 80 se había producido en Córdoba cierta laicización de un sector de la oligarquía gobernante que entra en contradicción consigo misma. La polémica entre católicos y liberales, la aparición de los inmigrantes, la presencia de los sindicatos y las ideas libertarias, hacen de Córdoba una ciudad de creciente modernidad. No era ya la ciudad beata: se construyen diques, avanzan las líneas férreas, crece la clase media criollo-inmigratoria, prosperan las industrias de la cal, del calzado, las cervecerías. Advienen los tranvías. La escuela normal (Carbó) y la Academia de Artes, promueven a la mujer en la profesión docente. Las universidades argentinas pasan de 5000 estudiantes en 1910, a 12.000 en 1920. (¡Pensar que hoy en la UNC, solamente, concurren más de 110.000 alumnos!) Proliferan organizaciones culturales. En fin, debe recordarse que, en la Universidad de Córdoba, ya hubo rebeliones estudiantiles a finales del S.XVIII, en época del Deán Funes. El reformista peruano Antenor Orrego postulaba que Córdoba fue la ubicación fortuita de un impulso vital que estaba pugnando y madurándose en todo el continente. De ahí su repercusión y contaminación ecuménicas.

tapaPor eso, es bueno recordar, que de esos acontecimientos borroneados en la memoria colectiva, queda en pie, aparte de las conquistas de los claustros que todos conocemos y practicamos, la tensión hacia la Patria Grande. Se retomó la epopeya de San Martín y Bolívar como impulso y utopía, y no como realidad dada y conclusa. Aquí corresponde vindicar Manuel Ugarte, José Vasconcelos, Rufino Blanco Fombona, a los reformistas peruanos, a Raúl Haya de la Torre y a las Universidades Populares “González Prada”. La creación del APRA. Hoy se vuelve a hablar de ellas en Córdoba; y se propende a su restauración. Pero no de abajo para arriba como entonces, sino de arriba para abajo. No es lo mejor, pero es. Los reformistas peruanos, César Vallejo, Antenor Orrego, José Carlos Mariátegui, Raúl Haya de la Torre, “andinizan” el pensamiento europeo hegemónico (anarquismo, marxismo) y descubren que, en América, el pueblo explotado es el indio, el cabecita negra.

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Ahora bien, si por ahí, me dicen, ¿a cuál de los reformistas cordobeses recordarías especialmente? Pasarían por mi mente, entre otros, Enrique Barros, Deodoro Roca, Tomás Bordones, Arturo Orgaz, Gregorio Bermann, Arturo Capdevila. Percibimos luces, sombras, vaivenes ideológicos, pero nunca renuncian al impulso vital inicial. Algunos se burocratizan tempranamente (los georgistas: Orgaz y Capdevila); otros, entran en frecuentes contradicciones (Roca); otros, persisten en una denuncia permanente contra la traición al ideal reformista (Barros, Bordones).

Ahora, de acuerdo con mi criterio, quien sostiene hasta el final los ideales y la fe creadora de la Reforma es Saúl Taborda. Además, se proyecta en discípulos y en obras. Él descubre, a mediados de la década infame, el “espíritu facúndico” y la tradición comunalista criolla. Ilumina, así, sus investigaciones pedagógicas. Nacen, de este modo, institutos educacionales pioneros en renovación pedagógica tanto en la ciudad de Córdoba como en Villa María. Difunde, además, una propuesta política revolucionaria destinada a sustituir el democratismo anglosajón de la oligarquía. La titula “Temario del comunalismo federalista”: una utopía de raíz criolla en que resuena la vertiente vital del anarquismo del 18 y el principio federativo de Proudhon.

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Y para terminar, ¿podríamos establecer alguna clase de relación entre las Reforma del 18 y el Cordobazo?

En el 18 se frustró, porque no había llegado la hora a pesar de incipientes luchas comunes, una universidad abierta a los trabajadores. Algunos reformistas yrigoyenistas, después de 1930 (Homero Manzi, Arturo Jauretche, Gabriel del Mazo, entre otros) fundaron un fecundo movimiento político: FORJA. Ellos fueron la columna inicial del movimiento nacional, popular y democrático del 17 de octubre de 1945. Hicieron, en su momento, una importante contribución a la ampliación del concepto de pueblo. Falta estudiar esta veta de la Reforma. El peronismo, que fue acusado por la FUA oficial (reformismo burocratizado) de “dictadura de las alpargatas”, decretó la gratuidad de la enseñanza universitaria, fundó la Universidad Obrera e industrializó a Córdoba. Eso procuró que en las jornadas del Cordobazo hubiera un poderoso núcleo de estudiantes que eran a la vez trabajadores. Trabajaban tanto en las grandes fábricas metalmecánicas y en las pymes autopartistas, como en los emprendimientos del Estado: mis queridos Talleres del Ferrocarril General Belgrano, Forja y las industrias mecánicas del Estado (aviones, motos, rastrojeros). Eso permitió una interpenetración social que, a pesar de trágicos avatares históricos, persiste. Restaría una pregunta final que casi no me animo a formular: Córdoba, ¿es la del Cristo Vence y el “Sí, se puede”, o la de Reforma Universitaria y el Cordobazo?

Fuentes:

Del Mazo, Gabriel (compilación y notas), 1941, La reforma Universitaria, Ensayos críticos (1918-1940), tomo III, La Plata, Edición del Centro de Estudiantes de Ingeniería.

Taborda, Saúl, 1918, Reflexiones sobre el Ideal Político de América, Córdoba, s/d.

___________, 1918, Julián Vargas, Córdoba, Imprenta “La Elzeviriana”

Torres Roggero, Jorge, 2009, Poética de la Reforma Universitaria, Córdoba, Ed. Babel.

Jorge Torres Roggero

14 de setiembre de 2018

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