Reacomodamientos en el desorden global/Enrique Lacolla

La conciencia de la necesidad de una transición hacia un sistema mundial diferente del actual se está abriendo paso y provocando desplazamientos políticos que serán gravitantes hacia el futuro.

Macron y Merkel firman el tratado de Aquisgrán.
Macron y Merkel firman el tratado de Aquisgrán.

A veces se tiene la impresión de estar viendo una película ya vista. Los desplantes de la administración Trump para con los países de América latina, su estilo grosero y carente de cualquier atisbo de prudencia diplomática, recuerdan las peores épocas de la política del gran garrote. El imperialismo norteamericano nunca ha cambiado de naturaleza, por supuesto, pero en algunos momentos al menos intentó moderar sus actitudes y acomodar su discurso, cosa de hacer menos incómodo a las clases dominantes locales su rol de correa de transmisión del diktat venido del norte. Pero hoy los dichos y las actitudes de Trump y sus asesores más próximos, los Elliott Abrams, John Bolton, Mike Pence o Steve Bannon, son de una intemperancia y una desvergüenza insólitas. Realmente, para ellos el tiempo no ha pasado y se sienten (o fingen sentirse, quizá) como la reencarnación de Teddy Roosevelt. El revivalismo de la política de la cañonera que se observa en la desvergüenza que supone propulsar a un político venezolano para que se proclame presidente de la república por sí y ante sí, pasando por encima de los derechos del presidente legítimamente elegido, es increíble y repugnante.

No menos espeluznante es la actitud del coro de sicofantes locales que aplauden los dichos y los  actos del gobierno norteamericano y, en menor medida, el acompañamiento que brindan a este los principales países de la OTAN.

Respecto a estos últimos, sin embargo, uno no sabe muy bien a qué atenerse pues la balanza de los equilibrios mundiales está cambiando rápidamente y el futuro no se anuncia propicio para las potencias europeas nucleadas en la UE si no buscan un camino distinto al que hasta ahora han seguido, moviéndose siempre en la estela o a la rastra de la facción atlántica anglo-norteamericana. A este propósito están sucediendo cosas que permiten presumir que algo serio está  ocurriendo, al menos en lo referido a sus principales exponentes, Francia y Alemania, pues se percibe una veleidad de autonomía en sus últimos actos. París y Berlín están discutiendo realineamientos que deberían llevarlos a adoptar una posición realmente independiente de  Washington, con miras a erigirse en un polo de poder capaz de insertarse con peso propio en el contexto multipolar que se está inaugurando. En este encuadre es posible entonces que ni Emmanuel Macron ni Ángela Merkel se preocupen por lo que Estados Unidos hace en lo que tanto los franceses, los alemanes y los europeos en general se han acostumbrado a considerar como el “patio trasero” de la superpotencia norteamericana, es decir, el entero hemisferio occidental.  Para ellos hay cosas más  importantes que ocuparse de Venezuela.

El encuentro de Aquisgrán entre Emanuel Macron y Angela Merkel, el 22 de enero pasado, culminó con la firma de un Tratado de Cooperación e Integración; un hecho que conviene tener muy en cuenta, pues si posee un alto valor simbólico también integra contenidos que proyectan consecuencias bien concretas en materia de política de poder. El valor simbólico está dado por el lugar elegido para firmar el tratado, Aquisgrán, la ciudad  donde reposan los restos de Carlomagno y que evoca a la sede del Sacro Imperio Romano; primer ensayo, en la alta Edad Media, de reconstruir una unidad perdida después de la caída del Imperio Romano.(1)  En otro plano, el de las “efectividades conducentes” del tratado, hay puntos muy fuertes, como los que sientan que la cooperación en materia de política exterior, defensa, seguridad y  desarrollo tendrá como fin “reforzar la capacidad de acción autónoma de Europa”. El rubro militar aparece como fundamental en este campo. Ambos países se prestarán ayuda y asistencia por todos los medios posibles, incluida la fuerza armada, en caso de agresión a uno de sus territorios. Los efectivos de la Bundeswehr y del ejército francés efectuarán despliegues conjuntos y establecerán posiciones comunes en materia de exportación de armas. Asimismo se instituirá el Consejo Franco-Alemán de Defensa y Seguridad para pilotar los compromisos. Francia además se comprometió a sostener el pedido de Alemania en el sentido de contar con una representación permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

La reunión de Aquisgrán es otro de los signos que distinguen a estos días; de manera un poco tortuosa, inexplícita, la firma de este tratado en el que no se menciona a Rusia -que es el coprotagonista todavía ausente de una reorganización europea a gran escala-, se asocia a los síntomas de retirada de Estados Unidos de Medio Oriente, de la cual la salida de las tropas norteamericanas de Siria suministraría un indicio, tal como lo sugerimos en una nota anterior. Podemos estar asistiendo a los prolegómenos de un barajar y dar de nuevo en materia de relaciones internacionales que abrirá un período de inestabilidad aún mayor que el que estamos viviendo. Pues los reacomodamientos y sinceramientos en cuestiones sociales y nacionales, por necesarios e inevitables que sean, conllevan tensiones de gran importancia.

Una dirigencia local a la que no le importa nada

El mundo se mueve pero la generalidad de las clases dirigentes iberoamericanas parece no tener conciencia de lo que está pasando o, mejor dicho, de lo que puede acarrear lo que está pasando en términos de futuro, incluso inmediato. El proyecto norteamericano para América latina no difiere del que estuvo siempre presente en la mentalidad de su establishment «wasp»: el hemisferio occidental es su lote y jamás aceptará la interferencia de un poder extracontinental que desafíe su dominio. Esta percepción proviene no sólo de un concepto digamos geopolítico de su esfera de influencia, sino también de una arrogancia racial que  desprecia o tiene a menos a las razas mezcladas de Indoamérica e incluso a las etnias “caucásicas” que aquí residen y que no provienen del tronco anglosajón o germano. De modo que no se trata sólo de cerrar las puertas a cualquier invasión de más allá del océano –“América es para los americanos”, es decir para los estadounidenses que se han apropiado del gentilicio como de tantas otras cosas-,  sino de no consentir cualquier propensión a la unidad y la interdependencia entre los países de más abajo del Río Grande.

Hasta aquí todos los intentos o más bien esbozos de intento que se efectuaron para operar en este sentido, fueron destruidos con eficacia. Desde el Congreso Anfictiónico que se reunió en Panamá en 1826 con el aliento de Simón Bolívar y al que le dieron la espalda –por razones muy distintas- Buenos Aires, Paraguay y Chile-, y que fue delicadamente saboteado por Inglaterra, al proyecto de asociación entre Argentina, Brasil y Chile pensado por Perón (desvirtuado con el calificativo de…  ¡imperialista! por los oligopolios de prensa internacionales y por el cipayaje, siempre propenso a repetir como loro cualquier consigna antinacional) y la secuela de iniciativas que siguieron al torpedeo del ALCA en la reunión de Mar del Plata. En ese espacio cupieron todo tipo de intrigas e infamias: el secuestro de la mitad del territorio mexicano que fue anexado a los Estados Unidos por la guerra, el pirateo de Centroamérica por los aventureros del norte, el enorme crimen de la guerra de la Triple Alianza fomentada por Gran Bretaña con el jubiloso concurso de la burguesía comercial porteña y de oligarquía brasileña[i], la amputación de que fue víctima Colombia cuando en 1903 una insurrección local sustrajo a Panamá del territorio nacional y proclamó una república que 48 horas después fue reconocida por Estados Unidos (cualquier parecido con el reconocimiento por Trump a Juan Guaidó no es casualidad); y la infinidad de golpes de estado, conspiraciones y asesinatos que han jalonado la historia de esta parte del mundo como expresión en parte de las presiones externas y también como manifestación de la debilidad de estas mismas sociedades. Consecuencia, a su vez, tanto de esa permanente agresión proveniente de afuera, como de una carencia identitaria que se refleja en la inexistencia de clases dirigentes merecedoras de ese nombre.

El momento que estamos viviendo torna urgentísimo hacerse una composición de lugar acerca de lo que queremos y de lo que nos es posible: de nuestros objetivos de máxima y de los pasos intermedios que hay que ir dando para orientarnos hacia esas metas depende nuestro destino. Va a costar un esfuerzo considerable, pero es hora de aprender de nuestros errores y corregirlos. Para Argentina el camino a recorrer hasta el próximo término electoral significará una oportunidad para iniciar una sanación que requerirá de un largo tratamiento. Después de todo, la vida de una nación no se agota con la de un individuo, ni con la de un partido o un movimiento.

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(1) «Le aspirazione «neocarolingie» di Francia e Germania», de Cristiano Puglisi, en Eurasia (www.eurasia.rivista.com).

[2) Ahí Paraguay pagó el precio del aislamiento que le había sido impuesto por el Dr. Francia para que no se involucrase en los desórdenes y las guerras civiles del Plata. Su país creció y se convirtió en una potencia regional, pero, como señala Roberto Ferrero en “De Murillo al rapto de Panamá”: “sin comprender que sin destruir a las fuerzas reaccionarias que predominaban fuera de Paraguay,  cercándolo, tarde o temprano estas terminarían avasallándolo”.

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