Una vez definido el nuevo residente de la Casa Blanca, cundió el pánico en las redes sociales y los medios de comunicación. El establishment norteamericano en su conjunto, salvo contadas excepciones, esperaba el resultado contrario. En la desproporcionada campaña a favor de Hillary Clinton, no faltaron los besamanos del poder oficial norteamericano. Entre ellos se encontraron -lamentablemente- los representantes del gobierno argentino. Especial participación tuvo nuestra máxima autoridad estatal. Pese a que la intromisión en asuntos políticos internos de un país extranjero es una actitud errada desde el punto de vista diplomático, Mauricio Macri se manifestó a favor de la continuidad de los demócratas, tildando a Trump de “chiflado” con antelación a la contienda. Durante la campaña, los gestos pomposos del magnate de la construcción, junto a sus declaraciones misóginas y xenófobas, hicieron verosímil la construcción de Hillary como figura “progresista”. Esta mirada, que logró instalarse en buena parte de nuestro país, pasaba por alto la relación de la demócrata con el capital financiero de Wall Street, sus compromisos con la industria militar norteamericana, sus intervenciones en las desestabilizaciones a los gobiernos populares de América del Sur y Central, su papel en la estrategia belicista en Oriente Medio, su apoyo al fascismo ucraniano alentando a la confrontación con Rusia y hasta haber rechazado, en un principio, el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Sin embargo, en julio de este año, el escritor Michel Moore había vaticinado el resultado de la elección en el portal The Huffington Post, atendiendo al tendal de promesas incumplidas por la casta política norteamericana y los sin sabores que sufrieron las masas norteamericanas tras la crisis del 2008, en donde el Estado rescató a empresas que terminaron migrando en busca de mano de obra barata para maximizar sus ganancias. Por tomar un segmento social significativo, los trabajadores norteamericanos vieron caer considerablemente su peso en el ingreso nacional, mientras el sistema bipartidista se esclerosaba en el poder. En 1970 disponía del 62% del PBI, hoy representa solo el 42% del ingreso nacional. Durante la última década más de 60.000 fábricas tuvieron que cerrar y casi cinco millones de empleos industriales bien pagados desaparecieron. A estos sectores Trump le propuso hacer una “América grande” nuevamente, de la mano del proteccionismo económico. Desde allí logró traccionar el apoyo del Estados Unidos profundo, de las víctimas de la globalización y las trasnacionales sin patria ni pueblo.
En el mundo, en general, y en nuestro país en particular, se abrió un gran interrogante. Ya que de aplicar Donald Trump las políticas económicas prometidas, estaríamos en presencia de un cambio drástico, algo poco habitual en países centrales, donde los movimientos pendulares no son habituales. La incertidumbre que genera el cambio de gobierno de la potencia norteamericana preocupa al equipo económico de Mauricio Macri, cuya apuesta a la “lluvia de inversiones” y la vuelta al crédito externo se ve amenazada. Sin embrago, las profesiones de fe del gobierno a favor del librecambio y de una vuelta al endeudamiento externo a “tasas bajas” fueron moneda corriente entre sus principales figuras.
¿Cómo dificulta el triunfo de Donald Trump al “plan económico” de Cambiemos?
Las repercusiones podrían ser de todo tipo; directas, indirectas, comerciales y financieras. El aumento de los aranceles para acceder al mercado norteamericano afectaría a diversas economías regionales, en particular a las que producen té, arándanos, productos olivícolas y vinos. Para ellas, EEUU representa entre el 30% y 50% de sus exportaciones. También quedarían sin efectos las tratativas para comercializar cítricos y carne. A tal punto que las acciones de la compañía San Miguel, dedicada a la producción y venta de cítricos, se desplomaron con el triunfo republicano, pasaron de cotizar a $119 el martes de la elección a $88, transcurrido menos de una semana.
Por otra parte, si se proponen reducir el déficit fiscal con China, incrementando las exportaciones desde los puertos californianos hacia Shanghái, disminuyendo la presencia de mercancías asiáticas en su territorio o repatriando a trasnacionales con sede fiscal en Norteamérica (aquellas que migraron a Asia atraídas por el bajo costo de los salarios), esto repercutiría negativamente en nuestro principal socio comercial. Si el tigre asiático se resiente demandará menos nuestros productos (soja y alimentos). En consecuencia, nos ingresarían menos dólares comerciales.
El nuevo presidente electo propone acabar con los tratados de libre comercio, puesto que los identificó como los causantes de la destrucción del tejido industrial de la región centro y oeste de Norteamérica. Un proteccionismo de la mayor economía mundial repercutiría fuertemente en la Argentina que pretende- desde el 10 de diciembre- privilegiar la relación con la potencia del norte por sobre el Mercosur, China o Rusia. El proteccionismo del mercado estadounidense implicaría una guerra de monedas con devaluaciones múltiples en busca de competitividad. Situación que no nos dejaría al margen. De ocurrir, enardecería la inflación elevada que derrumba el poder adquisitivo de los asalariados argentinos.
La propuesta mercadointernista que le permitió a Donald Trump hacerse de los electores necesarios para ganar la elección ya tuvo su coletazo. Los inversionistas financieros optan por bonos seguros en contextos de incertidumbre. Con lo cual, es natural que el flujo de dólares dinamizador de los mercados bursátiles abandone las economías emergentes, hoy depresivas, por cierto. También hay alarmas por posible encarecimiento del crédito. No son pocos los especialistas que aducen que el proteccionismo, conjunto al incremento del gasto público y la emisión, generará inflación en los Estados Unidos de América. Estos vientos de riesgo ya tuvieron repercusiones reales, debido a que en esta última semana el Departamento del Tesoro incrementó la tasa de bonos a 10 años, de modo tal que cualquier economía que pretenda emitir bonos de deuda, deberá incrementar los rendimientos de sus títulos para tener éxito. En caso de un incremento de la tasa de interés que fija la Reserva Federal, podría dificultarse el crédito externo con el que el gobierno financia el déficit fiscal, lo cual en principio no sería malo, teniendo en cuenta que hay un endeudamiento sin capacidad de repago que nos perjudicará en un futuro. No obstante, se podría afectar seriamente el “gradualismo” del gobierno mediante un ajuste recesivo.
Si bien es posible, como señalan muchos analistas internacionales, que el nuevo presidente difícilmente podrá ejecutar su programa de gobierno, ya que al ser un outsaider deberá negociar tanto con demócratas como con su partido y, por otro lado, el aislacionismo propuesto se da de bruces con los intereses del poder económico yanqui que necesita del mercado mundial, el líder republicano prometió 25 millones de puestos de trabajo. Y también sabe que su triunfo se debe al incumplimiento que los demócratas hicieron de sus promesas de campaña tras dos gestiones, en un marco de severa desigualdad.
De lo que no caben dudas es que las derechas chovinistas de distinto pelaje están en auge en las diferentes potencias económicas en decadencia, que capitalizan el descontento colectivo tras el fracaso del capitalismo en su faceta neoliberal y ocupan el vacío dejado por la debilidad o inexistencia de expresiones políticas populares genuinamente opositoras.
Creo cabe indagar para pensar la relacion entre gobiernos, el papel que tomará el JP Morgan, siendo que Prat Gay es de ellos y la primera linea de la reserva federal y otros organismos norteamericanos también los aumirían desde esa banca.
Habría que ver de que manera la promesa de campaña de hacer una «América grande» y el desafío de devolver los 25 millones de puestos de trabajo de la industria estadounidense, perdidos a causa de la organización global de la producción y la comercialización, sería viable en el marco de los beneficios que esta misma globalización le ha reportado a los grandes capitales transnacionales y norteamericanos haciendo posible reducir costos de producción, teniendo en cuenta la débil relación salarial presente, por ejemplo, en países de sudeste asiático y, por consiguiente, la dispersión o atomización del proceso productivo, motivo por el cual esos puestos de trabajo de la industria norteamericana se perdieron. Habría que indagar cual es la relación que el nuevo gobierno pretende construir con estos sectores populares, que de acuerdo a esta promesa, deberían ser su base de apoyo, frente al interés del gran capital. También seria interesante conocer la propuesta respecto de como lograr que esta promesa de radicación o repatriación de la industria de capital transnacional y norteamericano, que devolveria los puestos de trabajo a los trabajadores norteamericanos, no genere efectos inflacionarios sobre la economía estadounidense y sobre los precios de los productos exportables, debido los altos costos de producción que provocaría la utilización de mano de obra norteamericana.