Crece la injerencia norteamericana en Medio Oriente/Julián Mendoza

trumpDonald Trump acaba de terminar su gira por Arabia Saudita y el Partido Republicano muestra exultante el mayor logro de las gestiones realizadas en Riad: la venta de 109,7 mil millones de dólares en equipamiento militar para la monarquía wahabita. Este negocio constituye la mayor venta individual de armamento militar de toda la historia de los Estados Unidos. Durante los últimos años Arabia Saudita ha ocupado un lugar privilegiado en la política exterior estadounidense, tal vez incluso sobrepasando en atenciones al propio Estado de Israel y constituyéndose en una de las piezas fundamentales del ajedrez de Medio Oriente. Conviene entonces analizar las implicancias de este nuevo paso de la diplomacia trumpiana.

La “Guerra contra el Terrorismo” ha sido el ariete conceptual a partir del cual Estados Unidos ha llevado adelante acciones imperiales durante la última década y media. En el “home front”, las guerras de Afganistán e Irak fueron legitimadas gracias al combate contra grupos y organizaciones que teóricamente suponían una amenaza para la seguridad de la población estadounidense. Los talibanes afganos fueron empujados fuera del poder por sus vínculos con al-Qaeda y el escurridizo Osama bin Laden, mientras que el millón de iraquíes muertos en la guerra que se inicia en 2003 pagaron por las armas de destrucción masiva que Saddam Hussein nunca poseyó.

Así, a lo largo de los últimos 14 años, George W. Bush primero, Barack Obama después y en la actualidad Donald Trump intervinieron en nueve países soberanos, siempre bajo la bandera de combatir el terrorismo islámico. Afganistán e Irak sufrieron ocupaciones militares totales mientras que en países como Somalia y Filipinas se ejecutaron operaciones puntuales, poco difundidas por la prensa internacional.
El más reciente informe del Departamento de Estado sobre países patrocinadores del terrorismo sigue ubicando a Irán en el tope de la lista. Sin embargo, ninguno de los grupos terroristas que han realizado atentados en algún país occidental durante los últimos años recibe apoyo de ningún tipo por parte de Irán. Por el contrario, grupos como Ahrar al-Sham, Jabhat al-Nusra o el archiconocido Estado Islámico luchan activamente contra los intereses de Irán en Siria e Irak, así como contra cualquier población que no responda al modelo islámico ultraconservador que estos grupos profesan.

trump 2Este es el punto donde Arabia Saudita entra en escena. La monarquía saudita moderna traza sus orígenes en la alianza entre dos grupos de poder tradicionales. Esto es, la Casa de Saud y el movimiento sunita “puritano” conocido como wahabismo. Una casa real que se legitima a partir de la bendición de los hombres santos discípulos de Muhammad ibn Abd al-Wahhab. Esta alianza, a su vez patrocinada por el Imperio Británico, es la que se hace con el poder en la península arábiga tras el colapso del Imperio Otomano y la victoria aliada en la Primera Guerra Mundial, dándole forma a lo que hoy conocemos como Arabia Saudita.

1973 es el año en el que los sauditas empiezan a hacer sentir su peso como potencia regional. Consiguen la atención de todo Occidente al liderar el boicot petrolero contra los países que habían respaldado a Israel en la Guerra del Yom Kipur, los cuales se vieron impotentes frente a la cuadruplicación del precio del barril en cuestión de semanas. A partir de entonces el acercamiento a Estados Unidos se incrementa de manera imparable y esto se ve reflejado en los posicionamientos que Arabia Saudita adopta en el terreno internacional durante los siguientes años: apoya a Saddam Hussein en su cruzada contra los ayatolas iraníes durante la guerra de 1980-1988, sólo para reclamar la intervención estadounidense cuando Saddam invade Kuwait dos años más tarde.

Diplomacia petrolera e islamismo militante han sido las herramientas que los sauditas han empleado desde entonces para incrementar su participación en los asuntos mundiales. El wahabismo compite hoy con los barriles de petróleo como el principal producto de exportación saudita, estimándose que las inversiones realizadas por el Reino durante las últimas tres décadas para promover la ideología oficial rondan los mil millones de dólares. Por supuesto, parte sustancial de ese financiamiento va destinado a adiestrar y equipar combatientes en países de Medio Oriente con poblaciones sunitas significativas.

El capítulo más reciente de este proceso se desarrolla en Siria e Irak, donde los grupos rebeldes predominantes y en particular el Estado Islámico subsisten gracias al flujo constante de dinero saudita. La capacidad del wahabismo para constituirse en la ideología mayoritaria de los grupos sunitas radicales de estos países la ha convertido en la punta de lanza de la ofensiva saudita contra Irán, país que respalda al presidente sirio Bashar al-Assad y mantiene buenas relaciones con el actual gobierno iraquí. A su vez, Riad se encuentra empantanada en el combate contra los rebeldes Houthis de Yemen, chiitas y cercanos a Teherán.

A partir de estas apreciaciones es posible entender por qué Estados Unidos consiente relaciones diplomáticas tan fluidas con el país que patrocina a los grupos terroristas que combate en diversos frentes. En primer lugar, actualmente Irán es el último país con capacidad para resistir la injerencia estadounidense en la región, así como para generar una agenda política autónoma. Todo esto sumado al hecho de poseer las cuartas reservas de petróleo más grandes del mundo. El Pentágono y el Departamento de Estado están dispuestos a hacer la vista gorda frente al financiamiento que Arabia Saudita presta a los grupos radicales sunitas en tanto esto siga siendo funcional a debilitar la presencia iraní en la región. Esto incluso al precio de sufrir atentados del Estado Islámico dentro del propio suelo estadounidense, como el ataque al bar gay de Orlando donde murieron 49 personas en junio de 2016.

En segundo lugar debemos recordar que el año pasado Arabia Saudita, jugando un patético rol inverso al ejercido en 1973, fue la pieza fundamental para tumbar la iniciativa de Nicolás Maduro y Vladimir Putin en torno a incrementar los precios del barril de petróleo, los cuales se encuentran en un mínimo histórico que daña severamente la economía de los países productores.

Tal vez el epílogo más elocuente para estas líneas sea lo sucedido durante el último día del viaje de Trump a Riad. Por la mañana fue el invitado especial en una conferencia organizada por la dirigencia saudita para discutir cómo poner fin al terrorismo internacional. Por la noche un atentado del ISIS mató a dos docenas de adolescentes británicos durante un concierto en Manchester.

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