¡VISCA CATALUNYA LLIURE!/ Roberto Ferrero

Diada-mjgPese a la represión de la policía castellano-borbónica, la voz de la nación catalana se ha hecho oír en las urnas: el 90% de los sufragantes ha votado por la Independencia.
¿Y por qué no habría de ser así? Catalunya (y no Cataluña) es una nación, pequeña pero con una clara identidad amasada en largos siglos de convivencia colectiva, con un idioma común, diferente al español (o castellano) y con su impronta histórica transpirenaica que viene desde los tiempos del emperador franco Carlomagno. Ya en 1640 los catalanes trataron, junto con Portugal, de obtener su independencia. Los portugueses, después de vencer a los españoles en Ameixial, Estremoz y Villaviciosa logran consolidar su tentativa con el Conde de Braganza a la cabeza, pero no Catalunya. Invadida y aplastada por fuerzas nueve veces superiores, Barcelona cayó el 11 de septiembre de 1714 y quedó bajo el dominio de España, que prohibió el uso del idioma catalán, sus costumbres y su cultura, como bien dice Casas Moral, imponiéndole un Virrey.
Ahora, tras una dominación hispano- borbónica de más de dos siglos, el pueblo de la antigua “Marca Hispánica” vuelve a intentarlo, aprovechando los mecanismos legales y pacíficos existentes, que el gobierno centralista de Rajoy se empeña en negar para obliterar la expresión de la voluntad soberana de la nación.
Por eso, mucho nos han llamado la atención las opiniones de varios calificados publicistas a los que se supone conocedores de la Cuestión Nacional, expresándose en favor de la unidad de España como los mejores hispanistas, desconociendo u olvidando el papel de gran-colonialismo cumplido por ella durante cuatro siglos en todo el orbe, porque -como proclamaban orgullosamente sus beneficiarios- “en el Imperio de Carlos V no se ponía el sol”. Nosotros los corrimos en 1824, en la gloriosa batalla de Ayacucho. Esclavistas y colonialistas hasta el fin, no sacaron la garra sobre Latinoamérica hasta 1898, cuando el esfuerzo de los cubanos dirigidos por José Martí y las milicias mambises y los ejércitos estadounidenses invasores, los obligaron a desprenderse de Cuba y Puerto Rico, las Filipinas y las Islas Marianas. Luego, después de la muerte de Francisco Franco, reinstalada la democracia burguesa bajo la forma de monarquía constitucional, revitalizada su economía e incorporada al Mercado Común Europeo, España se transformó en una modesta potencia imperialista. Imperialista de cuarta, con sus Repsoles y sus Telefónicas, pero imperialista al fin. La opinión favorable a su unidad territorial y política es un juicio formulado -quiérase que no- desde un sitio de enunciación involuntario pero bien preciso: desde una postura hispanista eurocéntrica, desde un punto de vista de lo que conviene a Europa y España. Nosotros, como latinoamericanos y socialistas nacionales que somos debemos verlo desde la óptica de los intereses de nuestra Patria Grande.

El plebiscito de Catalunya pone de relieve el carácter particularmente agudo de los nacionalismos interiores de los países imperialistas de Europa. Estas potencias no han vacilado en destruir por las armas la unidad tan trabajosamente conseguida de la despedazada Yugoeslavia socialista y autogestionaria, ejemplo de convivencia entre pueblos sudeslavos, pero ponen el grito en el cielo cuando algún nacionalismo interior periférico (“regionalismos”, dicen con menoscabo sus enemigos) amenaza la unidad de algún país metropolitano.
La categoría de “Unidad Nacional” no es una categoría universal-abstracta, aplicable en cualquier tiempo y en cualquier espacio. Adquiere distinto signo y diversa valoración según se aplique a las naciones centrales o a las del vasto mundo de la Periferia colonial y semicolonial. No debemos olvidar nunca aquella intervención del máximo responsable de la URSS en el II° Congreso de la III Internacional que estableció claramente que la contradicción principal del mundo moderno es la que separa a las naciones opresoras de las naciones oprimidas. Y esta situación se mantiene. En esta perspectiva el rechazo a los “nacionalismos de campanario” es pertinente en nuestros países periféricos y sometidos a la hegemonía imperialista -Latinoamérica, la nación árabe, Yugoeslavia ahora- porque la unidad nacional y la construcción de grandes bloques históricos como el Mercosur y la Unasur entre nosotros, son condiciones indispensables, si van combinadas con la lucha antiimperialista, para que nos liberemos del poder extranjero que nos sofoca, abriendo una ancha vía para el desarrollo continental, la soberanía económica y la justicia social, en el horizonte de una nueva sociedad más libre e igualitaria.
Pero ¿Cómo desear la unidad nacional de las grandes potencias extranjeras que se reparten el mundo? Es como desear nuestra propia derrota, porque esa instancia de integración homogénea de ellas sólo contribuye a aumentar sus capacidades de oprimir a los países de la periferia, al librarlos de este tipo de problemas interiores, que ellos creían superados para siempre desde la época de la constitución de los Estados nacionales metropolitanos. De manera que, como socialistas latinoamericanos y como simples habitantes de este relegado y empobrecido Tercer Mundo, sólo podemos alegrarnos de las dificultades de los países imperialistas. Cada vez que a ellos les ha ido mal- las dos Guerras Mundiales, la Crisis de 1929/30- a nosotros nos ha ido bien: pudimos avanzar en la industrialización por sustitución de importaciones, alcanzar mayor grado de autonomía política, etc.
Así que ¡bienvenido sea el separatismo vasco, el nacionalismo catalán y el particularismo gallego! ¡Que se multipliquen sus conflictos nacionales internos! Y lo mismo debemos desear para Francia, para Inglaterra, para Italia y Estados Unidos: que regiones enteras se separen del cuerpo principal y lo debiliten, que aumenten los conflictos raciales con las luchas emancipatorias e igualitarias de los negros y los hispanos discriminados y subalternizados en ese “tercer mundo” interno de Estados Unidos. Que bretones y provenzales escapen al control de París y Gales y Escocia al de la Inglaterra que nos robó las Malvinas Todo lo que debilite a las grandes naciones opresoras -y pequeñas también, como Bélgica con sus flamencos y valones- no puede contar sino con nuestras simpatías.
2 de Octubre de 2017

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