Sigue ensombreciéndose el medio oriente. Aunque el ataque del jueves pasado haya sido más espectacular que efectivo, las líneas de una escalada militar empiezan a definirse. Y en el trasfondo despunta el monstruo de las ambiciones hegemónicas.
¿Qué pasó en la noche del 13 al 14 de abril en el cielo sobre Damasco? El ataque tan largamente esperado y publicitado y del que se suponía iba a ser el comienzo de una prueba de fuerza mayor en el medio oriente se desencadenó con gran ruido y despliegue informativo. Pero sus resultados operativos fueron de una inanidad sorprendente, igual a cero. Los proyectiles de la coalición anglofrancoamericana no mataron a nadie (afortunadamente), no destruyeron ningún objetivo donde se almacenasen armas químicas (previsible, porque estas no existían) y ni se aproximaron a los sectores donde se encuentran situadas las fuerzas rusas que apoyan al gobierno sirio; previamente advertidas, por otra parte, de la operación que iba a ser puesta en curso.
¿Qué diablos significa esto? ¿Estamos frente a otra costosa fanfarronada de Trump que propulsa cualquier cosa para distraer a su frente interno? ¿Observamos un fiasco, resultado de una solución de compromiso entre halcones y palomas para controlar una operación meditada para plantear una jugada de todo por el todo, pero ante cuyo resultado imprevisible sus propulsores vacilaron a último momento? ¿O se habrá tratado de un tanteo para observar la reacción rusa? Pero, para que haya una reacción tiene que haber una acción efectiva, y hasta donde se ve esta no ha existido. Por otra parte las defensas antiaéreas sirias dieron cuenta de las dos terceras partes de los misiles que le fueron dirigidos, lo cual sí implica un resultado, pero poco halagüeño para los atacantes. Y si se trató precisamente de una operación apuntada a medir la capacidad de respuesta de las defensas para mejor atacarlas en un futuro próximo, la movilidad de que disponen actualmente gran parte de esos dispositivos, la hace retórica y poco fiable.
¿Y entonces? ¿Todo ha sido fruto de la precipitación y la incompetencia? Uno se resiste a admitirlo, aunque hay que reconocer que el nivel de los dirigentes del mundo occidental no brille en estos momentos por su excelencia, como justo reflejo del absurdo sistémico de la economía neoliberal que ellos defienden. Aunque Trump fanfarronee y se esfuerce por ocupar el primer plano de la escena, debe haber una batalla entre bastidores entre malos y menos malos para definir más seriamente los próximos pasos de la estrategia estadounidense.
El “gang” de la Casa Blanca
Habida cuenta de la catadura de los miembros del gabinete cuasi de guerra de que se ha rodeado Trump, la balanza parece inclinarse hacia los primeros. Robert Bolton como consejero de seguridad nacional, James “Mad Dog” Mattis como ministro de defensa, Mike Pompeo como secretario de estado y Gina Haley como jefa de la CIA conforman una banda inquietante. No es posible pensar que con tipos de esta catadura la paz se encuentre entre sus objetivos. En todo caso, se trataría de la paz a través del predominio. No hace mucho Pompeo se jactó ante el Congreso de que en febrero pasado Estados Unidos había hecho llegar un “mensaje” al Kremlin con un ataque combinado por aire y tierra en el este de Siria que habría matado a doscientos efectivos rusos. Durante las audiencias ante la comisión que debía autorizar su nominación como jefe del departamento de Estado en reemplazo de Rex Tillerson, Mike Pompeo dijo que el presidente Putin todavía no había sido sensible a los mensajes de dureza que se le enviaban desde Estados Unidos, pero que se estaba trabajando en ello, y puso como ejemplo el ataque contra una columna del ejército sirio que incluía a tropas rusas en Deir al Zor, al este de Siria, el pasado 7 de febrero.[i]
Estos personajes, sumados al carácter frívolo e imprevisible del presidente que los junta, conforman una combinación potencialmente letal.
No hay duda de que el escenario del medio oriente es de primordial importancia para definir el futuro del mundo en términos de política de poder. Los hechos que se producen allí no pueden ser meras jugadas de ajedrez, sino movimientos que manifiestan pulsiones agresivas o defensivas de los actores involucrados en el conflicto y que apenas disimulan una hostilidad de fondo sólo refrenada por el miedo. Como señalamos en nuestra nota del pasado jueves, la inversión de alianzas que se ha producido o está en vías de producirse allí como consecuencia del hecho de que Turquía está basculando hacia la conformación de un eje político-militar con Rusia e Irán, es un dato clave para comprender el brusco ascenso de la temperatura en el área. El ala más belicosa de la OTAN no puede tolerar el hundimiento de su flanco derecho, indispensable para llevar adelante el proyecto geoestratégico que apunta a eliminar a Irán y dominar el medio oriente con miras a capturar su petróleo y, sobre todo, dominar la placa terrestre sobre la que pivotan Europa, gran parte de África y el Asia central, interrumpiendo así el gran proyecto chino para hacer circular la producción y la energía: la Ruta de la Seda.
El campo de batalla potencial
Este escenario plantea múltiples incógnitas, a cual más enrevesada y sombría. ¿Qué hará Turquía? ¿Está ya decidida a dar el salto y cambiar de bando? Es una protagonista esencial en el drama, pues ella tiene en sus manos la puerta entre el Mar Negro y el Mediterráneo. Qué hará Rusia, golpeada por las sanciones económicas, amenazada en su frontera occidental por el escudo antimisiles que mira a reducirla a la impotencia militar, a lo que suma el problema ucraniano y los despliegues de la alianza atlántica en lo que fuera su hinterland europeo. Que hará China, que tiene intereses concretos en la región y que se está viendo enzarzada en una guerra comercial con Estados Unidos… Las cuestiones en debate son enormes y autorizan preguntarse cuáles serían las coordenadas militares por las que podrían circular las hostilidades en caso de un conflicto eventual entre unas partes que no apelarían, en principio, al armamento nuclear. Es inútil apostar a la racionalidad de los estadistas o a la ponderación de la diplomacia. Está visto que no existen o que se encuentran anuladas por el activismo de los servicios de inteligencia, el dinamismo comunicacional que lo acompaña y la aparente apatía que padece una opinión pública movible, desorganizada, impresionable, fácil presa de las provocaciones psicológicas e ignorante de los carriles por los que circulan la historia y la política de poder. En estas condiciones un despertar popular que intentara bloquear un estallido bélico podría llegar demasiado tarde.
La banda de “warmongers” o instigadores de guerras que se encuentra instalada en la cúspide de la primera potencia mundial perciben que la superioridad militar que aún detentan está siendo roída por la crisis económica y por el ascenso de otras potencias más jóvenes y provistas de criterios de organización social menos desaforados que los propios del capitalismo salvaje y del darwinismo de mercado. Hay que aprovechar pues esta superioridad militar mientras dure. Se han propuesto empujar, provocar, acorralar e intimidar a sus adversarios hasta que estos renuncien a competir con ella y se pueda instalar un “orden mundial” asimétrico, en el cual los “perdedores” habrán de conformarse a acatar la voluntad de los “ganadores”. Estas eran más o menos las tesis de los profetas del “gran tablero mundial” al estilo de Zbygniew Brzezinski. Pero este teorema tenía un corolario oculto, o no tan oculto, formulado a manera de pregunta: ¿Qué pasaría si los rusos y los chinos no se avenían a rendirse sin librar batalla?
Estamos tocando a las puertas de una prueba de esta naturaleza. Conviene entonces reflexionar sobre el escenario elegido por occidente para dirimir este cotejo. A primera vista sus condiciones lo favorecen. El papel de Turquía en esta crisis es esencial. Sin la colaboración turca Rusia no puede superar el cuello de botella que le suponen los estrechos del Bósforo y los Dardanelos. Sin una libre circulación por ellos, en consecuencia, su presencia naval en el Egeo y el Mediterráneo sería limitada. De aquí que la “inversión de alianzas” a que nos referíamos en nuestra nota anterior cobre en este momento una significación dramática.
Pero al mismo tiempo, un choque en gran escala que involucrase no sólo a Siria sino también a Irán abriría el camino a una participación israelí en el conflicto y casi seguramente al ingreso de apoyos militares rusos a través del territorio persa. Todo el medio oriente se conmovería y sería difícil que los norteamericanos pudiesen evadir el envío de masivos refuerzos de tropas de tierra a la zona. Esta es una posibilidad que los inquieta sobremanera, en especial porque no existe la seguridad de que se contará con la abrumadora superioridad aérea a la que están acostumbrados, y porque no habrá de enfrentarse, como ocurriera en 2003 con un ejército iraquí desorganizado y casi impotente, sino con enemigos bien preparados. Los resultados de una confrontación o series de confrontaciones entre buques de superficie, submarinos, aviones y misiles occidentales, y fuerzas aéreas y misilísticas tecnológicamente equiparables en la contraparte, son imposibles de prever, así como es imposible saber si esos choques permanecerán limitados o si escaparán para hacerse incontrolables.
Todo esto permanece en el plano de las especulaciones. Pero el hecho es que estos planteos ya no son meros planes de contingencia, de esos que los estados mayores tienen esbozados como hipótesis de guerra, sino que tienen que estar siendo tomados en consideración y desarrollados con una compleja articulación de cálculos logísticos y de diseños de escenarios y batallas, con miras a ser aplicados prácticamente en un escenario puntual y contra un enemigo preciso.
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[i] Sobre el ataque a efectivos rusos en Siria ver artículo: “CIA Director: Couple of Hundred Russians Killed in February U.S. Assault in Syria”, publicado en Radio Free Europe – Radio Liberty, firmado por Mike Eckel. Un alto jefe ruso fue muerto por esos días y su deceso fue reconocido por el gobierno de Moscú, pero las restantes bajas rusas, de número impreciso, fueron adjudicadas a “contratistas ” o “mercenarios”. Que, como se sabe, son las unidades con las que los gobiernos de las potencias “tercerizan” su participación en conflictos externos.