Déficit externo en aumento pese a recesión y devaluación/Javier De Pascuale

El Gobierno renunció a la administración del comercio exterior. Y quedó a merced de los vaivenes del comercio mundial y hasta del clima. La sequía barrió con los números del sector privilegiado por el modelo y hoy hasta importamos soja. Desaguisados de un modelo que estimula a la exportación de materias primas sin valor agregado.

contenedores Como es de esperar para un país que ha decidido renunciar a la administración soberana del comercio exterior, a través del desarme brutal de toda una arquitectura de medidas de protección que se fueron construyendo desde 2002 en adelante (las anteriores, las que se edificaron desde 1943 durante el siglo veinte, terminaron de sepultarse durante la década menemista a fines de esa centuria), el comercio exterior argentino sigue agravando su saldo negativo.

Agosto arrojó un déficit acumulado entre lo que exporta el país y lo que importa, de casi 7 mil millones de dólares, un aumento cercano al 58% respecto de los 4.400 millones de dólares perdidos en el mismo período del año pasado.

De acuerdo a los datos que arroja el informe sobre Intercambio Comercial difundido recientemente por el Indec, agosto fue el segundo peor mes del año en materia de saldo comercial externo, sólo agravado por el resultado de junio. El mes pasado el déficit rozó los 1.130 millones de dólares, mientras que en junio superó poco más de 1.300 millones, en valores de la divisa estadounidense.

Ni siquiera la profunda recesión que atraviesa la economía nacional logra salvar las cuentas de un país que sigue orientado a las compras externas y no a los despachos al exterior, que en ocho meses apenas superaron los 40 mil millones de dólares. Vale aclarar que hace sólo dos años las exportaciones llegaban a 65 mil millones de dólares, para el mismo lapso de tiempo.

A este ritmo, la proyección anual de las ventas al exterior rozarán los 60 mil millones de dólares anuales, una cifra muy cercana del peor año de la actividad, el fatídico 2015, al que todos recuerdan por un nivel de despachos de 56.800 millones de dólares, cuando el aparato productivo del país está preparado para sumar envíos por más de cien mil millones de dólares.

Por supuesto, el déficit comercial se explica porque las compras externas siguen duplicando a las ventas. Mientras las importaciones acumulan un alza a agosto de casi 10%, las exportaciones apenas superan una décima del 4% de aumento, respecto del año pasado. El déficit comercial incluso podría haber sido más grave, si no fuera porque los precios de los productos que la Argentina envía al resto del mundo mejoraron sensiblemente (8,5%).

 Lo que nos salvaba, nos hunde

tapa campoPero hasta ahora nada pudo compensar el brutal impacto de la sequía en las cuentas externas: en cantidades, el país despachó este año 16% menos de granos y casi 10% menos de productos agroindustriales. La importante mejora en los envíos de combustibles y energía (+44%) y un nada desdeñable comportamiento de la industria (+8%), no lograron revertir el déficit.

Cuando posamos la lupa en el comportamiento del comercio exterior por sectores, descubrimos que el déficit comercial se explica, en gran medida, por el comportamiento del bloque sojero, soja y sus derivados. No sólo no deja beneficios al país en el acumulado anual, sino que engrosa las pérdidas: fue tan mala la cosecha gruesa que la industria aceitera importa furiosamente soja, desde Estados Unidos, Brasil o hasta de Indonesia. Las compras de soja al mundo se quintuplicaron durante el pasado mes de agosto respecto del mismo mes del año pasado (aumentaron 423%).

¿Hay algo que ande bien?

El furioso aumento de las compras rusas y chinas de carne, así como la notable mejora de las compras brasileñas de autos y camiones, o las compras de México, Irán y Egipto de aceite de girasol (todos productos que suman mucho en las exportaciones de agosto), no logran sacar al país de los números negativos que sigue dejando la peor sequía del campo argentino de los últimos 70 años y sus nefastas consecuencias en lo que hace a la cosecha argentina de dólares por el mundo, vía el comercio exterior.

Visto en perspectiva, la apuesta del Gobierno nacional por el campo, por la soja y los cereales, resultó definitivamente anulada por el clima, pero también por la orientación del modelo económico en términos generales. Mientras que muchos otros sectores de la actividad productiva sufren por el boom importador y la caída paralela del mercado interno. Es el caso por ejemplo de la importación de bienes durables y electrodomésticos de consumo familiar no industrial, que este 2018 siguen su escalada de los últimos años trepando casi 25%. O el caso de alimentos y bebidas importadas, que crecen al 13%; o de autos, camiones y colectivas, en donde las importaciones trepan más de 15%.

Cada uno de esos rubros son cientos y miles de empresas nacionales, junto a su fuerza de trabajo, que pierden mercado contra productos extranjeros que ingresan sin más control que el precio en dólares y su ajuste local vía alza del tipo de cambio, tal es el modelo económico vigente. Y lo peor es que la apertura externa ni siquiera sirve para surtir de máquinas a la industria: la importación de bienes de capital cae 5% en el año (y va empeorando, ya que en agosto cayó 25%).

Aunque, obviamente, surge la pregunta ¿por qué razón la industria compraría máquinas al extranjero cuando todo el bloque manufacturero trabaja a media máquina en promedio, ya que el uso de capacidad instalada apenas el 50% en varios sectores?

Hoy en la Argentina sobran instalaciones y estructuras para producir, no sólo porque es difícil exportar a un mundo cada vez más proteccionista (y con un gobierno que crea nuevos impuestos a la exportación) y porque el mercado interno sufre la peor recesión en 17 años, sino porque las altísimas tasas vigentes en el sistema financiero local dan un mensaje contrario a la producción: si los bancos pagan 41% anual por plazos fijos, ¿por qué alguien se tomaría el trabajo de producir?

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