A cincuenta años del Cordobazo/Aurelio Argañaraz

cordobazo«¡Arriba los de abajo! ¡Gloria al heroico pueblo de Córdoba!», titulaba Lucha Obrera, el periódico del PSIN (Partido Socialista de la Izquierda Nacional), celebrando la sublevación obrera y popular que hería de muerte al gobierno oligárquico del General Onganía, el 29 de Mayo de 1969. La mejor manera de trasmitir una imagen de la magnitud de aquella gesta, a mi juicio, es decir que quienes protagonizamos el levantamiento sólo pudimos ver escenas parciales, sin adquirir en el mismo día una dimensión plena del movimiento de masas. Podría decirse que en una ciudad de radio extenso hubo Cordobazo en todo el ejido y cada uno de nosotros sólo vivió una parte del suceso. Salí de mi trabajo, en una oficina céntrica, para sumarme a la lucha, a las once de la mañana, fui uno entre miles en el centro de la ciudad (unas 60 manzanas), estuve en muchas docenas de fogatas, marché con estudiantes y trabajadores del Estado y al final del día, con otros compañeros, cuando entraba a la ciudad la represión militar –las fuerzas policiales se retiraron vencidas al mediodía y la ciudad quedó en manos del pueblo– nos dieron refugio en un lujoso departamento de la zona céntrica, en el cual pasamos toda la noche, con gente que nunca habíamos tratado y cuya condición social no le impedía actuar así, ya que nos dio asilo sabiendo perfectamente que veníamos de las calles, que las tropas estaban procurando controlar y que corríamos peligro.

Sólo en los días siguientes supimos que hasta en los barrios más distantes hubo pueblada. Y vimos que en las avenidas por las cuales ingresaría el Ejército, pintadas anónimas (obreros y estudiantes, simples vecinos, sin intencionalidad partidista) plasmaban el llamado habitual en las sublevaciones de todos los pueblos: «¡Soldados, hermanos nuestros, NO TIREN!».

Eso fue el Cordobazo. En los días previos, gigantescas asambleas obreras y estudiantiles muestran una caldera que acumula presión. Aparecen formas de democracia directa en el ámbito estudiantil y transforman momentáneamente en formas perimidas a los Centros Estudiantiles, los órganos de la habitual democracia representativa. Ahora los cursos deliberan todos los días, eligen delegados y éstos se estructuran como Cuerpos de Delegados, guiados por mandato directo de la base. Es la política el tema de todos. Pero esta situación, fruto de un largo proceso, en parte silencioso hasta para los más avisados, no debe engañarnos, si se trata de capitalizar, con una mirada actual, aquella experiencia.

Valga lo anterior para el tema de “la espontaneidad”, esgrimido hoy por sectas ultraizquierdistas que pretenden ignorar que el paro activo fue convocado por una decisión unánime del Plenario de la CGT; es decir, por la mentada “burocracia”. En aquel momento, con ese pretexto, la ultra invitó a “ir a los barrios”, ya que al centro de la ciudad llamaban “los burócratas”. Nunca reconocerían la enorme pifiaba, sin aprender nada. En otro sentido, no obstante –la mirada dialéctica es así– cabe hablar, en sentido marxista, de movimiento espontáneo: no había una conducción revolucionaria; nadie pensó, con la ciudad tomada, en ocupar sin más la Casa de Gobierno, símbolo del poder. La Izquierda Nacional, dada esa situación, caracterizó al Cordobazo como preinsurreccional. Era eso, ni más ni menos.

El Onganiato, es claro, había creado el marco necesario para el gran estallido, al extender hacia las clases medias, en particular, al estudiantado, la proscripción impuesta en 1955 al peronismo y los trabajadores, mientras piloteaba un proceso de concentración y extranjerización de la economía argentina, que estaba lejos, de todos modos, de tener los alcances que adquirió más tarde, desde 1976 hasta la terrible crisis del 2001, abarcando a gobiernos civiles y militares. Era suficiente, en el contexto aquél, para promover una suerte de “alianza plebeya”, no reiterada posteriormente. En cierto sentido, si obviamos el Proceso, podría decirse que los neoliberales posteriores, con Menem incluido, tuvieron “la astucia” de adormecer a la Universidad –y obviamente a los estudiantes–, al respetar las banderas formales de la Reforma –la Autonomía Universitaria– como tributo pagado a su desentendimiento ante los dramas del país y a su propio destino en el lamentable cuadro de la decadencia de la Argentina.

Muchos sobrevivientes de la experiencia setentista, al menos en Córdoba, suelen preguntarse cómo es posible que el pueblo del Cordobazo sea el mismo que luego pudo votar a Macri, a la UCR o Schiaretti. Quizás este último sea una clave, al recordar que fue protagonista del suceso. Es que algunos somos todavía fieles al sentimiento patriótico y a la lucha por liberar a nuestra patria. El quebranto de otros refleja y sostiene la impotencia popular de nuestra época. Es necesario ante todo recuperar la palabra, es decir, la teoría revolucionaria. Lo exigen nuestros pueblos que, frente a la decadencia sistémica, no podrán evadir las exigencias del destino. Y el país sólo tendrá fortuna si logramos reconstruir, con los recursos actuales y en estas condiciones, ese poderoso bloque de clases populares que se manifestó en Mayo de 1969. Sin ese frente nacional, popular, democrático y revolucionario, proyectado a la lucha por la unidad latinoamericana, no habrá porvenir para los argentinos y su tierra.

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