El 29 de Mayo se cumplieron cincuenta años del Cordobazo, la rebelión obrera y popular que hirió de muerte a la dictadura del General Onganía y abrió un nuevo escenario político en la Argentina. Para reflexionar sobre la lucha popular de aquellos años y su legado, Ernesto Roland entrevistó a Víctor Hugo Saiz, dirigente político que fue juzgado por la Justica Militar del III Cuerpo de Ejército junto a los principales dirigentes sindicales de Córdoba.
Víctor Hugo Saiz nació en Córdoba, en una familia cuyo padre, Eleodoro Saiz, fue un inmigrante vasco anarquista de destacada militancia sindical. Saiz (padre) llegó a ocupar, luego del derrocamiento de Perón en Septiembre de 1955, la secretaría gremial del Sindicato de Viajantes de Córdoba y, años más tarde, la Secretaría General de la Federación Única de Viajantes de la Argentina (FUVA). Desde su núcleo familiar, Víctor Hugo se identificó con las ideas anarcosindicalistas de su padre, por lo que transitó la “revolución libertadora” desde una identidad antiperonista.
Sin embargo, su acercamiento al marxismo desde sus estudios de filosofía en el colegio secundario, la persistente adhesión de los trabajadores al peronismo luego de derrocado Perón y acontecimientos como la anulación de los comicios provinciales de Marzo de 1962, derivaron en una crisis de su identidad originaria: “yo venía con muchas dudas y me pregunté, ¿Cómo es esto, gana Framini y no lo dejan ni gobernar? Entonces si la clase trabajadora está de este lado, la verdad está de este lado”, reflexiona el entrevistado.
En 1958 comenzó sus estudios de Abogacía en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y, desde 1962, participó en el Centro de Estudiantes de Derecho (CED) de dicha casa de estudios. En ese marco asistió a una conferencia dictada por Jorge Abelardo Ramos, máximo dirigente del recientemente creado Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN). Luego trabó vínculo con Roberto Ferrero y Silvio Modazzi, dos referentes del comité zonal-Córdoba del PSIN, y se incorporó a dicho partido político con motivo de su tercer congreso nacional realizado en Villa Allende, Córdoba, en 1964.
Desde su incorporación participó de la militancia estudiantil ligada al PSIN: formó de parte de las agrupaciones Juventud Universitaria de la Izquierda Nacional (JUIN), Unión Reformista Universitaria Principista (URUP) y Acción Reformista Estudiantil Nacional (ARENA). A mediados de los sesenta, ingresó como empleado al Poder Judicial provincial y se sumó al Sindicato de Empleados Judiciales, desde donde vinculó a su organización con el movimiento obrero. En 1967 fue designado Secretario General del PSIN-Córdoba, la máxima responsabilidad partidaria.
A raíz del Cordobazo, el 30 de Mayo de 1969 el Ejército detuvo a Saiz en su casa, pese a que no había participado de la jornada del día anterior, ya que su organización decidió que oficiara de “reten”, es decir que se movilizara para defender a los eventuales militantes presos una vez que cayera la represión. Luego fue juzgado por la Justica Militar del III Cuerpo de Ejército junto a los principales dirigentes sindicales de Córdoba -Elpidio Torres, Tosco, Alberti, entre otros-, resultando absuelto a los pocos días. En 1970 migró hacia Bolivia para colaborar con Ángel Perelman, uno de los fundadores de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) en la década del cuarenta, y Andrés Solís Rada, intelectual boliviano y dirigente del Sindicato de Periodistas, en la construcción de la Izquierda Nacional (IN) en Bolivia.
–Ernesto Roland (ER): En la década del sesenta el PSIN sostuvo que el sujeto revolucionario en la Argentina debía constituirse a partir de una alianza plebeya entre la clase trabajadora y la clase media, ambas radicadas, en mayor medida, en los grandes centros urbanos de las principales provincias del país (Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe). Desde esa perspectiva ¿cómo veían a la dictadura de Onganía y su autodenominada “revolución argentina”? ¿Por qué la llamaron la “segunda revolución libertadora”? ¿Qué desafíos trajo el nuevo escenario para la militancia popular?
–Víctor Hugo Saiz (VHS): El Cordobazo fue un fenómeno social, político y cultural de alta complejidad, por lo que no puede ser analizado en profundidad en los límites de un reportaje. No se puede entender sin el antecedente del golpe de estado de la llamada “Revolución libertadora”, que derrocó al Presidente Perón en 1955. Este golpe trajo consigo la proscripción del peronismo, por más de 17 años, y la caída de los sucesivos gobiernos seudo-democráticos de Frondizi e Illía. Onganía llega al poder tras los enfrentamientos de los bandos de “azules” y “colorados”, en que se dividieron las Fuerzas Armadas, tras los sucesivos fracasos, de intentar gobiernos elegidos en elecciones, pero sin la participación del peronismo. En un caso, porque Frondizi asumió después de dividir al radicalismo, con pretensión de una política “desarrollista-industrialista”, proponiéndose el crecimiento de la industria pesada -básicamente, petróleo y acero-, en base a la inversión extranjera, logrando el respaldo de Perón y los votos del peronismo; con el compromiso de restablecer la Ley de Asociaciones Profesionales, para la organización de los trabajadores, y recuperar los derechos sociales básicos conculcados. Contrariando con ello, estuvo el sector más oligárquico y reaccionario de las Fuerzas Armadas que se expresó en el Almirante Isaac Rojas, sector que sostenía que “para que no hubiera negros peronistas en el país, no debía haber industrias” y que realizó más de treinta “planteos” al gobierno, antes de determinar su derrocamiento; que se llevó a cabo luego de recibir Frondizi al “Che” Guevara, al término de la reunión de la OEA, en Punta del Este, a pedido expreso del luego asesinado Presidente de EE. UU., John Fitzgerald Kennedy, para tratar de incorporar a Cuba a la propuesta de la “Alianza para el Progreso”. El triunfo del gremialista Andrés Framini, en elecciones libres convocadas en la Provincia de Buenos Aires, conforme a otro compromiso asumido con Perón, determinó finalmente su caída. El gobierno de Illía, que le sucedió, sumido en su propia debilidad, tampoco pudo resistir la presión de los hombres de armas, y también fue derrocado. Nuevamente, el Ejército asumió la toma del poder, designando a su jefe Onganía, como Presidente, un nacionalista oligárquico, devoto “cursillista católico”, en representación del bando de los azules. Éste, designó a Salimei como Ministro de Economía, con tendencias industrialistas, logrando, en principio, cierto apoyo del movimiento obrero, liderado por Augusto Timoteo Vandor, que asistió a la ceremonia de asunción. Contó, también, con un respaldo inicial del Gral. Perón ante el nuevo gobierno, al sostener la consigna de “desensillar, hasta que aclare”. Jorge Abelardo Ramos manifestó que en cada golpe de estado había tres momentos: “Las vísperas, el día en que los sucesos ocurren, y el día menos pensado, en el que en realidad se definen las cosas”. Definición que finalmente se produjo, cuando Salimei fue reemplazado, como Ministro de Economía, por el liberal Adalberto Krieger Vasena, por lo que la llamada “revolución argentina”, paso a ser denominada por el movimiento nacional como “la segunda revolución libertadora”. Lo que ocasionó la división del movimiento obrero, entre la CGT dirigida por Vandor, y los sindicatos llamados de “los gordos” o “colaboracionistas” y la CGT de los Argentinos, liderada por Raimundo Ongaro, como Secretario General, y con Rodolfo Walsh, a cargo de la dirección del periódico, expresión del sector más radicalizado del movimiento obrero peronista. La CGT de los Argentinos a poco apoyaría al movimiento obrero en lucha de Córdoba, bajo la conducción de Agustín Tosco de Luz y Fuerza, Atilio López, de UTA (Unión Tranviarios Automotor), y Elpidio Torres de SMATA (Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor). Éstos fueron los protagonistas más importantes, junto a Miguel Ángel Correa (Gremio de la Madera), como Secretario General de la CGT local, en las jornadas del Cordobazo. El movimiento estudiantil inició una lucha de resistencia al régimen desde la intervención de las Universidades, y la muerte de Santiago Pampillón, quién, como un símbolo, reunía la doble condición de obrero y estudiante.
–ER: En el plano provincial, cómo fue la construcción del PSIN? ¿En qué sectores tuvo inserción el partido y cómo empezó a reclutar militantes?
–VHS: Empezamos a organizar charlas sobre marxismo y realidad nacional, en base a los clásicos y autores del revisionismo histórico argentino. Silvio Mondazzi ofreció su casa para eso. Básicamente, el núcleo inicial lo constituían estudiantes. En mi caso, pertenecía a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Entre los nombres que integraban el núcleo inicial recuerdo a Roberto Ferrero, que luego, con los años, llegó a presidir la Junta Provincial de Historia. En el año 64 este núcleo de 6 o 7 militantes participó del tercer congreso nacional del PSIN, en Villa Allende, Córdoba, donde se debatió la célebre tesis de Jorge Enea Spilimbergo “Clase Obrera y Poder”. Al militar en la Universidad, empezamos a sumar otros compañeros. Después, nos expandimos a otras facultades, donde repartíamos nuestros volantes y difundíamos nuestras actividades. Con el mismo método que empleamos en el marco del Cordobazo, asistíamos a las asambleas en “puerta de fábrica”, donde conversábamos con los obreros cuando entraban o salían de sus turnos de trabajo. También sumamos algunos militantes sindicales y nos empezamos a relacionar con los dirigentes del movimiento obrero. Teníamos muy buenas relaciones con “el Negro” Atilio López de la UTA. Lo ayudábamos con algunas cosas, especialmente en las medidas de fuerza. También tuvimos una excelente relación con la conducción de municipales. El “Gordo” Raúl Ferreyra, por la militancia que yo tenía en el Gremio de Judiciales nos tomó mucha confianza. También, influyó la mediación de mi padre, que el día del Cordobazo, como secretario gremial de la CGT, en representación de los viajantes, junto a Miguel Correa, quedó a cargo de la custodia del local. Situación que nos habilitaba para entrar a los plenarios de la CGT. Por eso pude estar presente en la asamblea de la CGT que decidió el paro activo para el 29… Para esa fecha el partido reunía ya unas ocho comisiones, integradas por seis a ocho militantes, más una periferia activa de veintes integrantes más.
–ER: El historiador Roberto Ferrero señala que en Mayo de 1969 se enfrentaron dos posiciones en el movimiento estudiantil. Un sector propuso la adhesión a la convocatoria de la CGT, y ello implicaba marchar hacia el centro de la ciudad, acompañando a los sindicatos. El otro sector no adhería a la convocatoria de la CGT porque eso era, a su criterio, “funcional a la burocracia sindical”, por lo que propusieron ir a los barrios a “concientizar y organizar al pueblo”. En el primer sector, a favor de materializar la unidad obrero-estudiantil, se ubicó AUN (el espacio universitario del PSIN), los integralistas, el Frente Estudiantil Nacional (FEN), la militancia estudiantil comunista y el MNR. ¿Cómo recuerda esa coyuntura?
–VHS: Exactamente, cuando se decide el paro activo por parte de la CGT, los grupos de ultraizquierda en el movimiento estudiantil comienzan a sostener que no había que ir al paro -que hasta entonces llamaban “matero”, por no movilizar a los obreros- porque lo convocaban los burócratas. Que había que ir a los barrios para concientizar, organizar y movilizar a la gente. En ese momento, y ante una Asamblea de unos diez mil estudiantes en la Ciudad Universitaria, fuimos nosotros, junto a otras organizaciones, un factor decisivo. Tiempo antes, se había formado una coordinadora de todos los Centros de Estudiantes. Los muchachos nuestros que participaban en esas reuniones, estaban hartos de discutir ahí con la ultraizquierda. Les sugerí que siguieran, que no había que romper la unidad del movimiento estudiantil, salvo que se pusiera en juego la unidad obrero-estudiantil. En tal caso, rompíamos, pero rompíamos en presencia del conjunto de todos los estudiantes, en una asamblea masiva. Cuando esa discusión se produce, en la asamblea que se hizo el 27 o 28 de Mayo, abrumadoramente se impuso nuestra posición…
–ER: Y luego del Cordobazo, con el impacto que generó a nivel nacional, qué discusiones surgieron el PSIN? Cómo vieron el ciclo político pos Cordobazo?
–VHS: Nosotros veíamos que las frecuentes movilizaciones crecían, por eso nos pronunciamos en La Voz del Interior el 23 de Mayo. El clima previo al Cordobazo era de efervescencia. Nosotros redoblamos las visitas a las puertas de fábrica, ahí levantábamos nuestra bandera de “gobierno obrero y popular”. Durante la jornada misma del Cordobazo difundimos nuestro volante y agitábamos el canto “luche, luche y luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y popular”. Consigna que ese día y los posteriores se cantó masivamente en la Ciudad, una vez que ésta fue ocupada por los compañeros asistentes.
Pero después del Cordobazo había que caracterizar la situación, analizar lo que había pasado y actuar en función de eso. En ese momento, la mesa directiva del partido envía un emisario, Luis Rodríguez, que trasmite las impresione de la Dirección Nacional. Ramos veía un clima pre-insurreccional. Entonces discutimos si él, como máxima figura del partido, se tenía que instalar en Córdoba, para participar activamente de los sucesos. Para mí eso no tenía sentido, porque el Cordobazo se había quedado sin proyección nacional, no había pasado a otras provincias y menos a Buenos Aires, porque Vandor y la CGT “nacional”, sumidos en las contradicciones del peronismo, y sin haber podido, hasta entonces, lograr el retorno de Perón, aislaron la lucha, frenando su proyección a nivel nacional. Se trataba de llevar la lucha a Buenos Aires, y de convertir el “Cordobazo” en un “Argentinazo”, pero para eso, se carecía de un partido revolucionario a nivel nacional que, insertado y acreditado ante las masas, pudiera ejercer la conducción de la lucha, darle continuidad y llevarla al triunfo
–ER: A su criterio, qué enseñanzas deja el Cordobazo para las nuevas generaciones?
–VHS: Se hace difícil, aventurar enseñanzas de un hecho transcurrido hace 50 años, por las múltiples transformaciones sufridas por la sociedad, el proceso productivo y aún en la misma clase trabajadora. Pero, con la relatividad que impone la apreciación de tantas variables extendidas en el tiempo, algunas conclusiones muy generales pueden extraerse de aquella experiencia histórica. El Cordobazo constituyó una pueblada resultante de catorce años de lucha, desde el derrocamiento y la proscripción de Perón y de su movimiento. Con la consecuente persecución y encarcelamiento de sus dirigentes, y el cercenamiento sistemático de los derechos, a partir de la derogación por decreto de la Junta militar, de la Constitución de 1949 de fuerte contenido social, y el restablecimiento de la vigente desde 1853, de clara raigambre liberal. Desconociendo, en consecuencia la evolución de un siglo en los avances producidos en el constitucionalismo social, anticipatorio incluso del llamado Estado de Bienestar, que Occidente impuso en Europa a partir de la finalización de la Segunda Guerra mundial, para oponer una barrera a la entonces triunfante Unión Soviética.
El Cordobazo constituyó una pueblada, con el propósito básico de hacer caer al gobierno provincial de Carlos Caballero y contribuir, de ese modo, a la caída de la dictadura militar y lograr la abrogación de la proscripción del peronismo, y por fin, el regreso de Perón al país y al poder. Objetivos que se lograron cumplir, parcialmente, cuatro años más tarde, con el triunfo de la fórmula Cámpora-Solano Lima, bajo el gobierno del Gral. Lanusse, quién fue derrotando categóricamente en su sed de perpetuarse en el poder por elecciones, a través del frustrado Gran Acuerdo Nacional. Luego de la renuncia de Cámpora, con el triunfo de la fórmula Juan Perón-Isabel Perón, se logró plenamente el objetivo perseguido por el movimiento nacional, el que se interrumpió por la intempestiva pero no imprevisible muerte del Gral. Perón en 1974. Hecho que, tras la sucesión de Isabel y López Rega, favoreció la re-entronización de la dictadura genocida encabezada por Videla, hasta 1983.
Lo que puede afirmarse con certeza es que ningún sector gremial o político se propuso durante el Cordobazo, en momento alguno, la toma del poder. Ni a nivel provincial y, mucho menos, a nivel nacional. No estaban dadas las condiciones subjetivas y objetivas para ello. Sus objetivos fueron el derrocamiento del régimen militar que digitó el poder durante esos largos años, como intermediario del sistema oligárquico, que impuso, directa o indirectamente, un crudo y opresivo liberalismo económico de base agraria, antiindustrialista y antiobrero. Como muestra, baste señalar que el envión final que desató el vendaval en el movimiento obrero lo constituyó la derogación del sábado inglés – los trabajadores industriales ese día trabajaban mediodía y cobraban la jornada completa-, y las muertes de Santiago Pampillón, al comienzo de su gestión, de Mariano Mena el mismo día de los sucesos y de otras decenas indeterminadas de víctimas en la represión posterior.
A pesar del temple y carácter de sus principales dirigentes, de la firmeza y valor en la defensa de sus convicciones, ninguno de ellos, ni siquiera los que sustentaban los ideales del socialismo marxista, tenía inserción suficiente y arraigada en las masas a nivel nacional ni una conducción capacitada, experimentada y acreditada como para orientar la lucha con esos fines, la que se prorrogó hasta la caída de Onganía y sus sucesores, Levingston y Lanusse.
Quedó evidenciado el acierto de la consigna básica introducida por el PSIN, de la necesidad estratégica de la unidad en la lucha de obreros, estudiantes y el conjunto del pueblo -que venía desde las jornadas de la Reforma Universitaria- en un proceso de lucha y resistencia, para no ser derrotados y poder subvertir un orden injusto. Pero para garantizar la profundidad de las transformaciones operadas y de su continuidad, como acabo de señalar, se requieren de una conducción política nacional definida, capacitada y organizada, con experiencia, inserción e influencia determinante en las masas, y la clara decisión de la toma del poder para operar las transformaciones profundas y necesarias, que permitan eliminar de raíz el poder económico de la oligarquía y los sectores altamente concentrados e instaurar una sociedad verazmente justa, igualitaria y plenamente democrática y participativa. De lo contrario, nos veremos sometidos al mito del eterno retorno, que impide que las transformaciones que se operen en un régimen progresista sean perdurables, permitan su profundización, y tengan efecto continuado en el tiempo, sin posibilidad de regreso al punto de partida. Tal como ocurre ahora con el régimen de Macri y todas sus iniquidades reaccionarias que someten al pueblo a la indefensión, la miseria, la dependencia del extranjero, y el endeudamiento con pretensión de perpetuidad.
Es la brecha y la lucha que viene desde las jornadas mismas del 25 de mayo de 1810, y aún se perpetúa. En la actualidad se ha hecho más que evidente que la opción se ha tornado irreductible: o el conjunto del pueblo logra vivir con dignidad, democracia y creciente desarrollo y bienestar, mientras crece su población, para ocupar sus inmensos espacios aún desiertos e inexplotados; o estamos condenados a someternos y vivir en un nuevo sistema de esclavitud por siempre, obligados a soportar a las mismas minorías que han dominado el poder desde sus inicios. Persiguen la reducción del Estado para someterlo a la impotencia, evitar sus controles y el pago de impuestos, y dominarlo a voluntad para sus propios fines, estableciendo la acumulación de riquezas sin fin, y su fuga al exterior sin invertirlo en el país, porque no confían en él y ni en su gente.