Nicolás Del Caño y el moralismo de la pequeña burguesía/Alcides Fierro

El reciente debate presidencial es una interesante fotografía del escenario político argentino. Compartimos el análisis de nuestro columnista, Alcides Fierro, sobre los posicionamientos de los candidatos opositores. El candidato del Frente de Izquierda Unidad (FITU), Nicolás del Caño, recibe particular atención. Sus intentos de “correr por izquierda” al candidato del Frente de Todos, Alberto Fernández, son examinados minuciosamente por Fierro; mostrando su funcionalidad hacia el oficialismo macrista.

El reciente debate presidencial es una interesante fotografía del escenario político argentino. Entre los candidatos presidenciables hubo diferencias notables. El presidente Macri, en su intentona, a todas luces inconducente, de resultar re-electo, no ahorró mentiras ni afirmaciones inconsistentes. Por señalar solo una, Macri afirmó que la inversión pública en ciencia y tecnología aumentó durante su mandato. Razonablemente las autoridades del CONICET lo desmintieron, ya que el presupuesto neto ejecutado para el sector se ha reducido significativamente. Sucede que el método duranbarbista de mentir y generar expectativas en la sociedad sin ningún sustento real ya no funciona, ya que el desastre de la gestión macrista es evidente.

Ahora bien, como primer y esquemática aproximación al escenario trazado por el debate, puede observarse que, si excluimos a Alberto Fernández del análisis, los restantes candidatos opositores conforman tres sectores. Una “derecha”, un “centro” y una “izquierda”. El primer grupo se sustenta en un neoliberalismo recalcitrante, que pretende insuficiente la orientación del macrismo y propone profundizar ese camino. Allí se ubican José Luis Espert y, con un matiz de nacionalismo inconsistente, Juan José Gómez Centurión. En el centro se halla Roberto Lavagna, quien sostiene la necesidad de modificar la política económica, poniendo en marcha la producción, dado el bajo uso de la capacidad instalada que dispone la Argentina. Evidentemente Lavagna ha decidido ser el vocero de la UIA y sectores del empresariado que fueron afectados por la política económica de Macri. De allí su mezquina agenda, centrada en una rebaja de los impuestos patronales y la tan mentada reforma laboral. Resulta palmario que ni una ni otra van a volver a poner nuestra economía en la senda del crecimiento, a lo sumo permitirían que determinados grupos empresarios recuperen ciertos márgenes de rentabilidad inmediata y que el FMI se contente; ya que, como se sabe, el organismo multilateral solo “ordena” las economías nacionales reduciendo el ingreso de los sectores populares y la inversión estatal.

Mención especial merece el vocero de “la izquierda”, Nicolás Del Caño. Una pequeña pesquisa de su trayectoria muestra su procedencia del mundo universitario, más precisamente del campo de las humanidades. Ignoramos el talente de Del Caño como alumno, aunque lo intuimos crónico. Importa aquí destacar un rasgo que lo pinta de cuerpo entero: su moralismo de pequeño burgués cuasi universitario. En relación a la discusión sobre el aborto y la relación de la Argentina con el FMI (y, por esta vía, con los Estados Unidos), Del Caño “corrió por izquierda” a Alberto Fernández. En el primer punto, sostuvo que el Frente de Todos tiene, en su interior, sectores “pro vida”, es decir contrarios a la ley de despenalización de las interrupciones voluntarias del embarazo. En el segundo, Del Caño observó que Sergio Massa, de conexiones con la embajada norteamericana, forma parte de su fuerza y ello no sería compatible con una negociación firme con el FMI, tal como propone Fernández. Del Caño soslaya, o no quiere comprender, que es la conducción de un movimiento nacional amplio quien le imprime la orientación al conjunto. Esta crítica ultraizquierdista se orienta a mostrar la “impureza” -debería decirse, la heterogeneidad-, del Frente de Todos. Para la mentalidad que la engendra la alianza entre actores que piensan distinto pero que coinciden en la defensa del interés nacional es un acto amoral, propio de “incoherentes” sin “principios”.

Sucede que Del Caño opera como moralista, no como político. Si este se pregunta hacia dónde van las fuerzas sociales y políticas en juego, aquel se pregunta de dónde vienen, si son “buenos” o “malos” según su pasado. En el esquema maniqueo de Del Caño, los “buenos” son los que coinciden, declamantivamente, con una serie de postulados programáticos, independientemente de que estos se puedan materializar en un escenario próximo. De este modo, al repetir su esquema binario, Del Caño procede a denunciar la impureza de una fuerza como el Frente de Todos, intentando restarle votos en su segmento juvenil de clases medias. Es allí donde la campaña electoral de la izquierda abstracta busca medrar. Toda su campaña transmite una apuesta por representar a ese sector, no a la clase trabajadora como afirman. El tono de Del Caño es el de la chicana de pabellón universitario, no el de la discusión de la calle, con el hombre y la mujer trabajadora común y corriente. De allí la nota escandalosa con la que la izquierda abstracta aborda un tema sensible como el aborto; siendo que una ley de despenalización reclama de un consenso construido pacientemente en la sociedad, no de griterío ensordecedor.

Por razones etarias y socio-culturales, los sectores juveniles de la clase media son más propensos a la impugnación moral y trasgresora del orden existente. Una política seria destinada a representar a este grupo social tiene que poner de relieve que sus intereses están atados a los de las mayorías populares, a los trabajadores (formales y de la economía popular), jubilados, profesionales, cooperativas y empresarios pymes; en suma, a la inmensa mayoría de la población. Del Caño, al pretender aislar a este sector de los restantes grupos sociales que comparten como interés común la defensa del país, del trabajo y la producción, se ubica como ala izquierda del status quo.

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