Inflación: un proceso tan laberíntico como persistente/Facundo Piai

Si resumiéramos la economía argentina en una palabra teniendo en cuenta las regularidades presentes a lo largo de los años, inflación sería el vocablo que más se ajusta. ¿A qué obedecen los aumentos de precios registrados en agosto? ¿Cómo repercute en la inflación las subas del combustible? ¿Tras un primer semestre con inflación relativamente moderada, qué esperar en lo que resta del año? ¿Podrá el gobierno desarmar la corrida cambiaria que amenaza con expiralizar la suba de precios?

Los aumentos sostenidos y generalizados de los precios son la regla, con algunas esporádicas excepciones. En ese sentido, si contemplamos los precios de los últimos tres cuartos de siglo, vemos que la inflación de los últimos años se mantiene más próxima a la registrada en la serie 1945-1974, por tanto es menor que la experimentada entre 1975-1991, período signado por el fracaso económico de la dictadura (con rebrote inflacionario) y la hiperinflación alfonsinista. No obstante, desde el 2005 la inflación se viene acelerando para ubicarse (desde hace un tiempo ya) entre las mayores de la región y del mundo.

En consonancia con la dinámica de precios de los últimos años (Cambiemos terminó su gestión con un incremento acumulado total de los precios superior de 300%, según consultoras privadas), la inflación de agosto da cuenta que en el segundo semestre los aumentos de precios tomarán más ritmo que en los primeros seis meses del año en donde hubo aumentos acumulados de 13%.

Indec informó que en agosto la variación mensual fue de 2,7% y que en ocho meses los aumentos acumulan cerca de un 20 por ciento. Consultoras privadas proyectan que los aumentos generalizados de los precios concluirán el año con más de 30 puntos de alza, luego de un 2019 con alta inflación (53,8%). Una cifra que da cuenta que la desaceleración constante de los precios será un hueso duro de roer, puesto que se mantendrá elevada pese al congelamiento de las tarifas y a la recesión económica, entre otros aspectos.

La aceleración de la inflación

En los aumentos de agosto se expresan una serie de variables económicas que se presentaron recientemente. Es el caso de la suba de las naftas aplicada el 20 de agosto y que repercute en la cadena productiva y en el entramado de comercialización. Al aumentar el costo de flete y estar presente en toda la estructura de costos de cada sector de la economía, su suba repercute significativamente en el aumento general de los precios. Se sabe que desde las diferentes entidades que nuclean a las estaciones de servicio sostienen que el precio de los hidrocarburos continúa atrasado, pese a los últimos incrementos. En el mismo sentido, las nuevas actualizaciones del valor de las naftas aplicadas recientemente repercutirán en los precios del corriente mes. Así mismo, desde el sector esperan terminar de actualizar el precio antes de fin de año.

Otro aspecto que explica los aumentos de agosto tiene que ver con incrementos que el entramado minorista postergó frente a la depresión del consumo en el marco de la recesión económica. Los precios mayoristas aumentan a una mayor velocidad. El organismo oficial marcó que la inflación mayorista de agosto fue de 4,1%, de modo tal que esto denota que hay inflación reprimida que se expresará en los precios conforme se recupere la demanda y el nivel de actividad. Es decir, el sector minorista no está trasladando la totalidad de los aumentos de las nuevas listas de precios al abastecerse de mercadería para que el precio final no termine por espantar a la clientela y sus flacos bolsillos. Es decir, muchos actores económicos están absorbiendo costos a costa de su margen de ganancia. Una realidad imposible que se extienda en el tiempo sin herir de muerte a la rentabilidad de gran parte de las unidades comerciales y productivas.

La actualización del valor de los artículos de los diferentes programas de acuerdos de precios también jugó su parte en los aumentos de agosto difundidos el miércoles por el organismo que dirige Marco Lavagna. La autorización de subas en el listado de Precios Máximos (programa que busca congelar el costo de los principales alimentos de la canasta básica) incidió en que el renglón alimentos y bebidas sea el que mostró la mayor suba e incidencia, según Indec. El agua embotellada, las frutas y verduras, los lácteos, la carne y embutidos explican gran parte del incremento.

El valor del dólar, la clave de la inflación 2020

Más allá de los acuerdos de precios y las mesas de negociación entre sindicatos y empresarios para apaciguar la ola de subas, la divisa norteamericana será determinante tanto en los precios actuales como en el nivel de actividad. De más está decir que una disparada del tipo de cambio reduce a cenizas cualquier proyección económica que pueda uno hacer. Los desatinos del gabinete económico del anterior gobierno lo dejan muy claro. Cuando de inflación se trata, el tipo de cambio parece ser una causa más determinante que los agregados monetarios.

Al tratarse de un precio de referencia para toda la economía, una depreciación del peso en relación al dólar repercute en la inflación de manera directa deteriorando el poder adquisitivo del salario, el consumo y el crecimiento de la economía. Cuando el tipo de cambio se descarrila se desata un círculo vicioso del cual es difícil salirse, puesto que la inflación se propaga por la puja distributiva. Entonces, para mantener su capacidad de compra, los asalariados exigen aumentos de sueldos, que son más o menos satisfechos, pero invariablemente trasladados a los precios. Así la inflación se espiraliza hasta carcomer la competitividad del tipo de cambio, por tanto los sectores que generan dólares exigen nuevos aumentos del dólar para liquidarlos. Lo que estimula nuevos aumentos de los precios pero en un contexto más adverso, ya que se deterioran los indicadores socioeconómicos como resultado de la inflación y el aumento del ingreso que requiere una familia para no caer bajo la línea de pobreza. 

En este sentido el BCRA implementó una serie de medidas para desalentar la compra de dólares para atesorar y la adquisición de servicios extranjeros para lo que fortaleció el control cambiario con diferentes mecanismos.  El presidente Alberto Fernández justificó la medida concluyendo que “los dólares hacen falta para producir, no para guardar”. Medidas que van en el mismo sentido de lo que plantea parte del empresariado argentino, por cierto. Es el caso del banquero Jorge Brito quien en una reciente entrevista a un medio gráfico dijo que “es una locura que se pueda comprar con tarjeta de crédito por Internet”, al tiempo que expresó que le parecía razonable “cerrar el cepo”.

A todo esto, la experiencia empírica dicta que las restricciones a la compra de dólares pueden desarmar una corrida cambiaria en el corto plazo, pero a la larga, si no aumenta la oferta de divisas las medidas terminan siendo escasas. En lo que queda del año, en el mejor escenario, el Gobierno evita un shock devaluatorio, pero para que el tipo de cambio se mantenga competitivo y no se atrase por la inflación que ya se manifiesta con más intensidad, habrá aumentos suaves de la cotización de la divisa que en menor medida terminarán alimentando las subas. 

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