Lamentamos la decisión del gobierno nacional de respaldar en la ONU, junto al Grupo de Lima, la canallezca declaración de ese organismo contra la supuesta violación de los Derechos Humanos en la República Bolivariana de Venezuela. No por error dicha decisión ha suscitado el respaldo de Juntos por el Cambio, que considera ese voto como un modo de continuar su política exterior. Patricia Bullrich, y sus secuaces, no dirán en cambio que su propia política debilitó estructuralmente al país al endeudarlo criminalmente y esa debilidad ha jugado un papel en esta actitud, que no justificamos.
Algún ingenuo puede creer que se trata de los principios y la fama merecida que tiene el país en este tema no puede ignorar ninguna falta relacionada con la observancia de los Derechos Humanos, venga de donde venga. En ese caso, se ignora lo fundamental: el papel que cumplen estas instituciones, que tienen en la ONU y en continente a la OEA como máximas figuras.
Para advertir de qué se trata basta con registrar los siguientes datos:
• En los EEUU la policía puede matar de asfixia a un negro pisándole el cuello con una bota
• En Chile los carabineros pueden condenar a la ceguera a centenares de manifestantes o tirar a un adolescente desde lo alto de un puente, con el apoyo presidencial
• En Brasil Bolsonaro puede negarse a actuar contra el covid-19 y cometer un genocidio, figura culminante en el campo de las violaciones a los Derechos Humanos
• En Europa es lícito dejar que se ahoguen en el mar Mediterráneo los migrantes del África
Pero esos mismos países están habilitados para condenar a Venezuela, fingiendo que se trata de una “cuestión de principios”. Con toda razón la Liga de las Naciones, antecesora, hasta la Segunda Guerra, de la actual ONU, fue calificada como “una cueva de bandidos”.
De eso se trata. Nunca veremos –mientras la ONU sea lo que es hoy, no una instancia de la comunidad internacional democrática y seria– una observación crítica del racismo norteamericano, de los daños que inflige la acción imperialista estadounidense y europea en el mundo semicolonial. Basta recordar los casos de Libia, Irak, Siria y Afganistán para tener una dimensión de lo que son violaciones –en masa, no puntuales– de los Derechos Humanos.
Organismos como la ONU o la OEA son ámbitos en los cuáles no podríamos estar ausentes. Pero debe ser claro cuál es su naturaleza, como fueron constituidas, para qué existen. En la geopolítica mundial, la Argentina tiene amigos y enemigos. Entre aquellos que al votar condenaron a Venezuela no podría encontrarse un solo caso que pueda brindarnos la solidaridad y los vínculos que necesitamos alimentar para defender exitosamente los intereses nacionales.
Por esas razones, el gobierno que respaldamos –y seguiremos sosteniendo– ha cometido ayer un serio error, aun desde el mero interés estrecho de la patria chica. Al mismo tiempo, ha dado la espalda, de un modo lamentable, aunque puntual, a la causa de la unidad latinoamericana.