La recuperación de las Malvinas y otras islas sudatlánticas de nuestro País es una tarea latinoamericana por definición / Entrevista a Néstor Gorojovsky*

Ser testigos de una charla de café entre la editorial de Oveja Negra y Néstor Gorojovsky debe ser lo más parecido a asistir a clase de cátedra en Geopolítica e Historia Contemporánea juntas y de una sola sentada. Y, lo que es clave, con voluntad patriótica y revolucionaria. Tomen asiento y disfruten. Y compartan.

Néstor Gorojovsky, compañero, porteño, nacido en 1952, casado y con tres hijos. Fue docente Universitario en la UNLa y en la UBA, se destaca entre sus múltiples actividades como geógrafo, donde obtuvo por su trabajo y colaboración con César Vapnarsky, el Premio Nacional en Geografía en 1990, y como periodista donde se destacó en la agencia de noticias Télam y, actualmente, en la Radio Gráfica FM89.3 de la ciudad de Buenos Aires.

A los 20 años se incorporó activamente a la política argentina. Desde entonces, militó en la corriente de la Izquierda Nacional, que en esos tiempos estaba representada por el Partido Socialista de la Izquierda Nacional (PSIN) y el Frente de Izquierda Popular (FIP). Sus principales influencias dentro de esa corriente son Jorge Abelardo Ramos, Blas Manuel Alberti, y muy especialmente Jorge Enea Spilimbergo, a quien considera su principal orientador y guía en la política argentina y latinoamericana. Actualmente es Secretario General del Partido Patria y Pueblo – Socialistas de la Izquierda Nacional y preside el Centro de Estudios Nacionales Arturo Jauretche, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Nos aporta un dato curios, por su fecha de nacimiento le tocó estar en el servicio militar en 1973, por lo cual no pudo votar en esas elecciones. Se reconoce como ese cohorte de argentinos que recién pudo votar a los 31 años, y agrega: “algo inimaginable quizás para un joven argentino de hoy, cuando ya a los 16 se puede ejercer ese deber cívico ineludible”.

ON- El surgimiento de actores como China y Rusia profundiza la crisis de occidente al perder su auto-referencia centro espacial del mundo y no controlar la matriz colonial del poder. ¿Cuáles considera que son los riesgos de esta transición que parece retomar su característica policéntrica del mundo?, ¿En qué podría derivar una disputa por el control de la matriz colonial del poder?

NG- En general, aunque lo general explica pocas cosas, todas las transiciones hegemónicas conllevan el peligro de la creciente tensión en las relaciones internacionales. Siempre ha sido así. El primer deber de un Estado que se precie no es el de asegurar los ingresos de sus sectores más privilegiados sino el de asegurar o mejorar la situación relativa de sus habitantes con respecto a los de otros Estados.

Si hablamos de Estados hegemónicos, a partir de la aparición del mercado mundial (es decir, desde fines del siglo XV después de Cristo) estamos hablando de peligros de confrontaciones de todo tipo, incluidas las confrontaciones militares, a nivel planetario.

A decir verdad, Rusia y China constituyen una unidad a partir de cierto reparto de tareas, por así decir.

La devastación producida en Rusia por el retroceso hacia el capitalismo hacia 1990 fue muy intensa. No somos arbitrarios al hablar de «retroceso». Si pensamos en los aspectos materiales básicos, como la capacidad de sostener a sus habitantes con vida (lo que yo llamo la «capacidad portante básica» de una formación económico social), el retroceso ruso puede medirse en el súbito crecimiento de la mortalidad y el súbito descenso de la natalidad.

La demografía es en último análisis el punto de partida -no excluyente, pero indudablemente el primero a tomar en cuenta- de cualquier evaluación seria del dinamismo de una formación económico social: en el caso de Rusia, después de la transición del régimen de planificación central al capitalismo de libre mercado bajo Yeltsin por largos años murió mucha más gente de la que nació y la población total descendió drásticamente. La capacidad portante de seres humanos del régimen planificado era claramente superior a la del libre mercado salvaje y neoliberal yeltsinita, incluso a pesar de que el régimen planificado atravesaba las conocidas graves dificultades que determinaron su caída.

Quedaron en pie escasos sectores productivos, y la recuperación del país en el plano económico está lejos de haber terminado. Por lo tanto, a nivel global y más allá de la notable recuperación de capacidad productiva tanto en el sector agropecuario como en el industrial, Rusia sigue dependiendo, al menos por ahora, de las exportaciones de hidrocarburos.

Rusia tiene una importancia geopolítica suprema, sin embargo, ya que (pensémoslo al modo en que lo vería un ruso) se extiende sobre el puente terrestre entre los dos grandes polos de producción de Eurasia: el Extremo Oriente, que orbita en torno a China, y el «Extremo Occidente», que orbita ante todo en torno a Alemania.

Ese puente tiene múltiples dimensiones. Me concentraré en tres, que son las cruciales en el juego hegemónico global: por un lado, la obvia dimensión posicional, ya que por Rusia pasa una de las rutas terrestres más practicables y de mayor potencial de transporte entre ambos extremos del arco euroasiático (por lo demás, Rusia está pensando ya en términos de calentamiento global la perspectiva de controlar la estratégica ruta de navegación circumpolar del Norte de Siberia, que en un plazo no demasiado largo, se supone, quedará completamente libre de hielos todo el año).

En segundo lugar, el aspecto energético. Una de las consecuencias de la revolución socialista en Rusia fue la sistemática prospección geológica de un vastísimo territorio, sin brindar demasiada atención a los costos (materiales y humanos) de una tarea en la cual la dirigencia de ese país se sentía urgida por el bloqueo externo -peor aún en su momento que el sufrido hoy por Cuba o Venezuela- y la creciente amenaza de una invasión, que finalmente se produjo en 1939. Esa prospección le dio la oportunidad de convertirse en un jugador de primera línea en el plano de la energía, una vez recuperado -al terminar el período verdaderamente semicolonial del capitalismo impulsado por Yeltsin- el control de las empresas energéticas que habían quedado en manos de testaferros del gran capital transnacional y occidental.

Rusia puede jugar sus cartas en varias direcciones, puesto que la modernización del país se acompañó con un desarrollo meteórico de las tecnologías de transporte de hidrocarburos (que, como muchas otras cosas, habían sido mantenidas en condiciones muy precarias por el régimen planificado). Las redes de oleoductos y gasoductos de Rusia a Europa Occidental son cruciales para esta última. Pero Rusia no depende ya de esas ventas para obtener superávits en el comercio mundial puesto que en el otro extremo también la China se ha convertido en un gran devorador de hidrocarburos y sus derivados. De allí que Moscú haya cerrado un sólido acuerdo estratégico con Beijing, que es el otro núcleo de la dupla euroasiática.

El tercer aspecto en el cual Rusia es importante es el militar. La única rama de la actividad productiva en la que Rusia no hizo concesiones al capital extranjero ni dejó de estar bajo estricto control del Estado es la rama de defensa. Precisamente por estar entre dos grandes polos civilizatorios sin pertenecer con propiedad a ninguno de los dos, la existencia misma del Estado ruso está directamente asociada a la defensa contra invasores que aprovechan la relativa facilidad de paso por las llanuras siberianas y de Rusia Europea para intentar dominar el país. Desde las invasiones mongolas en adelante, el Estado ruso ha venido modelando una sociedad que se prepara para la defensa como una necesidad «natural». Y una vez superado el shock posterior al derrumbe de la URSS, la primera tarea que encaró el nuevo gobierno ruso (Putin) fue restablecer y mejorar la capacidad militar defensiva del país. Hoy en día Rusia juega un papel primordial en el plano de la defensa del bloque Rusia-China, y no lo va a perder en el futuro inmediato. Esa alianza no se va a romper.

Pasemos a China que, como sabemos, hace décadas que viene desarrollando en forma planificada su desarrollo industrial y urbano. Hay en este momento 400 millones de trabajadores industriales en la China, y su calificación técnico-científica y número no cesan de aumentar. Cuando pensamos que en 1950 la población de ese país era de 550 millones de habitantes y unos nueve de cada diez eran campesinos microfundiarios nos damos cuenta de lo que han significado estos 70 años para China y, por consiguiente, para el mundo. Hoy, con 1400 millones de habitantes la población campesina se redujo a 65%, y la China espera urbanizar -es decir, desvincular del agro- porciones crecientes de su demografía.

Para los chinos es claro que este salto no podía haberse dado con un simultáneo incremento en el nivel de vida del conjunto, como se dio, sin un Estado potente y firme, con planificación central aunque democráticamente decidida (esta originalidad china merecería un artículo en sí misma: el Politburó está recabando permanentemente información por los más diversos medios y va ajustando así a lo largo de cada quinquenio de planificación las previsiones para el siguiente).

Este aspecto es crucial: la población china no está sometida al Estado ni es víctima de lo que en Occidente, a un modo muy racista, se entiende como alguna tendencia innata a la apatía y el conformismo. Defiende la organización económico social ante cualquier intento de hacerla retroceder, como vieron que sucedió en Rusia, hacia el capitalismo. Y, muy sensatamente, asocian ese eventual retroceso a la reinstauración de un orden semicolonial descapitalizador.

No hay que olvidar que Sun Yat-sen, el líder de la primera revolución china (en 1910) había definido al país como una hipocolonia (menos que una colonia). Y que la incorporación de la China al mercado mundial se dio básicamente por agresiones en las áreas costeras y, fundamentalmente, a través de las guerras del opio que, financiadas por el banco HSBC, redujeron al imperio a la condición de una nación de opiómanos a mediados del siglo XIX.

Al mismo tiempo, el desarrollo industrial chino se vino dando a partir de una creciente integración económica con el máximo hegemón mundial, los Estados Unidos. Esto hace que cualquiera que sea el gobierno que haya en Washington, necesite dos cosas: (a) impedir que la integración termine transformándose -a partir del progreso autónomo científico técnico de la China, en plena marcha- no ya en equiparación entre ambos países sino aún en supremacía china sobre Estados Unidos (al modo que ejercen hoy Estados Unidos sobre el resto de las grandes naciones capitalistas), y (b) lograr que China abra al capital financiero, mecanismo crucial del sometimiento semicolonial, la banca de su país.

Y ése es el núcleo del conflicto: para que ambas cosas sucedan, China debe abandonar el modelo que tan exitoso resulta… para los chinos.

De allí que las tensiones vayan escalando y los peligros de confrontación vayan creciendo.

ON- ¿En la región podrían resurgir tensiones geopolíticas sobre la base de conflictos heredados de la época colonial como Malvinas en el Atlántico sur o el Esequibo en Venezuela?

NG– Discrepo con la caracterización que están haciendo de esos conflictos. No son «heredados». Son conflictos vivos y reales.

El del Esequibo, al tratarse de un conflicto entre dos Estados sudamericanos (para ser exactos, de la región que se conoce como «Caribe sudamericano extendido», y que llega hasta la desembocadura del Amazonas), tiene importancia solamente si alguno de los dos gobiernos lo transforma en global aliándose con alguna gran potencia para defender sus derechos. No creo que esto suceda, por la simple razón de que la dirigencia venezolana tiene plena conciencia de que no le conviene en lo más mínimo a la revolución bolivariana comprarse otro conflicto con las potencias imperialistas si empuja a Guyana a sus brazos. Indudablemente, es crucial también la influencia moderadora de los diversos países de Latinoamérica y el Caribe para que ese conflicto no se desmadre. La deriva colonial que ha adoptado Brasil últimamente no es, en ese sentido, un hecho auspicioso. Pero a mi modo de ver no tendrá una duración excesiva y espero que no sea determinante.

El conflicto del Atlántico Sur tiene otra característica. Es una usurpación de soberanía lisa y llana, perpetrada por una potencia imperialista asociada a otras, sobre territorio latinoamericano con proyección antártica e interoceánica. Ese territorio es argentino. Dicho sea de otro modo: la Argentina tiene que pensarse como un país con territorios ocupados, y tener en cuenta lo que ya decía José Hernández cuando presentó en su diario El Río de la Plata el primer informe periodístico, el del Comandante Lasserre (un héroe poco reconocido de la lucha contra el avance británico en el Sur argentino), sobre las Malvinas: ningún país puede realizarse mientras su territorio esté incompleto.

Ahora bien, esa tensión no «resurgirá». Ya está ahí, con una base militar y aviación militar capaz de atacar no solamente a la Argentina sino también incluso a Uruguay y el Sur de Brasil. Es urgente retomar una política de plena soberanía austral. Y al menos desde mi perspectiva, esa política no debe limitarse a la diplomacia. Cualquier acción práctica que revele la intención argentina de recuperar la soberanía sobre los territorios oceánicos que acaban de serle reconocidos como válido reclamo (por ejemplo, una red de radares de larga distancia que permita controlar las aguas, algo que técnicamente estamos en condiciones de desarrollar por nuestra propia cuenta) es una acción soberana que obviamente enfrentará la oposición del Reino Unido, detrás del cual, tengámoslo claro, se alineará toda la OTAN.

Por lo tanto, en lo personal soy partidario de la tesis que, con gracejo salteño, presentaba el General Jorge Leal, la de que la Argentina tenía que renunciar a la soberanía argentina sobre las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur… pero en favor de una soberanía latinoamericana sobre esos archipiélagos. La recuperación de las Malvinas y otras islas oceánicas sudatlánticas de nuestro país es una tarea latinoamericana, por definición.

ON-¿Cuál es la importancia geopolítica mundial de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur en el siglo XXI?

NG– La misma que la del siglo XX, pero ampliada. Así como Rusia está interesada en abrir las rutas circumpolares por el Norte, la Argentina tiene que verse a sí misma como forzada -por la disposición de océanos y continentes- a asociarse fraternalmente con Chile para defender el paso interoceánico magallánico-fueguino, que es la razón inmediata principal por la cual el Reino Unido mantiene las posesiones que usurpa en la región. El incremento del comercio internacional, pese a la depresión provocada por la pandemia de CoViD19 (que será bastante duradera), se irá recuperando. El único paso natural entre el Atlántico y el Pacífico es la región magallánica. Cualquier otra alternativa (por ahora solamente existe la panameña, pero en el mediano plazo irán apareciendo otras) es, desde el punto de vista de la defensa, más espinosa. Y tenemos que tener en cuenta que no hay superpotencia global que no piense en términos de defensa.

Los canales artificiales siempre atraviesan un territorio nacional. Su utilización implica un engorro adicional, un casus belli si no hay modo de llegar a un acuerdo con la nación o las naciones que colindan con él. Piensen en la Guerra de los Seis Días, que terminó cerrando el Canal de Suez por una década ¡El Canal de Suez, el cordón umbilical del tráfico marítimo entre Europa, el Golfo Pérsico y el resto de Asia! Los súpertanqueros del petróleo y los súpercargueros de contenedores, es decir la gran revolución del transporte a larga distancia que puso el primer ladrillo de lo que conocemos como «globalización», son una de las consecuencias de esa década, que obligó a los europeos a utilizar la ruta del Cabo de Buena Esperanza (o de las Tormentas) como en tiempos de Vasco da Gama.

Como uno nunca sabe cómo terminan las guerras, las áreas naturales de paso interoceánico nunca «pasan de moda», por así decir. Y nuestro país, al igual que Chile, estamos atravesados por una que en cualquier momento se puede reactivar. Nunca olvidemos que el Almirantazgo Británico llegó a considerar (en 1908) que todo el territorio sudamericano al Sur del Paralelo 50 era de su incumbencia. Si escalara el eventual conflicto entre China y Estados Unidos se convertiría necesariamente en un conflicto naval global. Y de ahí que la Argentina y América Latina debamos expulsar de las Malvinas a los usurpadores para no vernos envueltos en ese conflicto en el caso de que se dé. Recordemos que cerca de las Malvinas se libró una de las batallas navales de la Primera Guerra Mundial. Si se recalienta la Tercera (que en realidad está en curso desde el fin de la Segunda bajo la forma de un intento permanente de los países imperialistas para retornar al statu quo ideal de 1910) las llamas llegarán, no tengan dudas, al Atlántico Sur.

ON- A 10 años de la representación del mapa bicontinental de la República Argentina, ¿qué políticas deberían complementar este proceso de descolonización? ¿Imagina a generaciones futuras con una conciencia de lo nacional ligada a esta nueva visión de la integridad territorial?

NG– No podría responder qué políticas deberíamos tener. Es un tema demasiado complicado como para que me anime a darles una respuesta taxativa. Sí tengo en claro, sin embargo, que la Argentina necesita recuperar la visión de integridad territorial total que había empezado a darse, muy larvadamente, desde la primera mitad de la década de 1950 y fue agotándose a partir del golpe de estado de 1955, que no por casualidad fue apoyado subrepticiamente por el Reino Unido. En cuanto a las generaciones futuras, creo simplemente que si no logramos darles una conciencia de lo nacional en todos los planos (incluido el territorial) el futuro mismo de nuestra existencia como país unificado puede llegar a correr peligro. Baste pensar que una de las consecuencias saludables de la elección de 2019 fue la eliminación del proyecto del Pro, gobernante en la CABA, para dotar a esa ciudad de una Inspección General de Justicia propia que la hubiera convertido prácticamente en un embrión de ciudad hanseática. Supóngase una nueva (y necesariamente más trágica aún) administración nacional en manos de los partidarios del librecambismo primarizante y agroexportador, como las que hemos tenido en reiteradas oportunidades durante la segunda mitad del siglo XX. En esa hipótesis, y en el supuesto de que Bolivia simultáneamente complete su desarrollo industrial a partir de la estatización del litio y los hidrocarburos, así como el desarrollo de un potente polo industrial siderúrgico en Santa Cruz de la Sierra, ¿qué fuerza humana y social podría impedirle a Jujuy, o aún a Salta, considerar su separación del territorio argentino para retornar (uso el verbo adrede, por lo que tiene de provocador, pero también porque es históricamente exacto) a la relación que mantenían con el viejo Alto Perú? Nada. Hoy, nada.

ON- Recientemente la Comisión de Límites de la Plataforma Continental (CLPC) aprobó por consenso la trabajosa propuesta argentina sobre el límite exterior de nuestra plataforma continental, ¿Cuál es la dimensión real y que impacto tiene en el corto y mediano plazo?

NG-Nuevamente, es muy difícil para mí responder con exactitud el impacto en el corto y mediano plazo de la aprobación de nuestra propuesta. Y lo es porque depende del compromiso nacional con ese hecho, que por ahora es poco más que un hecho de cartografía. No digo que lo sea para siempre, pero señalo que las líneas en el mapa o representan presencia humana concreta y palpable o son meros ensueños sin materialización. Por lo pronto, creo curiosamente que para poder pensar tranquilamente el aprovechamiento de ese consenso lo primero que tenemos que hacer es cubrirle las espaldas del Pacífico. Me parece que -más allá de toda consideración de orden político sobre los acontecimientos actuales en Chile, que por supuesto celebro- la Argentina tiene que lanzarse de inmediato a una política de profunda y extrema integración con Chile a lo largo de toda la frontera, pero muy particularmente en el área magallánica y antártica. Hay allí un aspecto de nuestra política territorial que requiere especial grandeza, como la que tuvo el General Juan Perón cuando intercambió con Chile cartas reversales por las cuales ambos países nos reconocíamos mutuamente derechos des soberanía sobre el continente antártico. El camino a las Malvinas (y el Atlántico, en consecuencia) pasa, paradójicamente, por el Océano Pacífico, y desde allí se despliega sobre América del Sur, América Central, Méjico y el Caribe.

* Publicada por el colectivo ovejanegramedios.com.ar el 04/12/20

https://ovejanegramedios.com.ar/la-recuperacion-de-las-malvinas-y-otras-islas-sudatlanticas-de-nuestro-pais-es-una-tarea-latinoamericana-por-definicion.html

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