¿Castillo, un Ubaldini peruano?/Néstor Gorojovsky

La segunda vuelta electoral peruana, a realizarse el próximo 6 de junio, será en definitiva un plebiscito sobre el modelo económico y la Constitución fujimorista de 1993. Esta disputa tendrá lugar en medio de una creciente desafección ciudadana con el sistema político, visible en una primera vuelta donde un tercio de la ciudadanía no había decidido su voto hasta una semana antes de la elección. ¿Se acrecentará o disminuirá esta distancia entre ciudadanía y representación de cara a la segunda vuelta?

Tanto Castillo como Keiko generan fuerte resistencia en una importante porción del electorado, pero ¿acaso no es ése el destino de los «tapados» en política? Castillo es la irrupción del hartazgo ciudadano, y eso bien puede atraerle votos entre los muchos desencantados con el régimen vigente en Perú desde el paso de Fujimori padre por la primera magistratura; Keiko representa, en cambio, la quinta esencia del sistema petrificado (crecimiento económico extrovertido, sin redistribución interna en un país ya históricamente desigual) que logró imponerle al país la despatriada clase dominante que lo rige.

De origen cajamarquino (es decir, del gran valle que se extiende al pie del Huascarán, al Norte de los Andes Centrales), Castillo aparece como lo que en la no del todo exenta de racismo jerga regional peruana se conoce como un «serrano». Representa en buena medida a las clases medias campesinas discriminadas por los costeños y en particular los limeños. De allí que defienda, por ejemplo, las rondas campesinas, autodefensas de pueblos agrarios que surgieron en la década de 1990 para proteger a las comunidades de los abusos del Ejército y Sendero Luminoso. Y por el mismo motivo sostiene posiciones conservadoras en materia de género y en relación a las libertades individuales.

Es significativo que el punto de quiebre en su campaña fuera la detención policial sufrida el 9 de marzo en la región de Madre de Dios tras incumplir los protocolos contra el Covid-19: bajo el argumento de que su exposición al virus no era mayor que la de quienes salen a trabajar. Con esa imagen de serrano común y combativo sindicalista antineoliberal, su intención de voto creció de un modo casi subrepticio gracias a sus recorridos por la Sierra Central y el sur del país, donde realizó numerosos mítines blandiendo la consigna de una nueva Constitución.

En cierto modo reeditó la trayectoria de Evo Morales, otro sindicalista, que se apoyó en el MAS boliviano, una escisión del desaparecido partido ultraconservador y filofranquista de la pequeño burguesía, la Falange Socialista Boliviana que hoy ya no recuerda ni la sombra de ese origen: sindicalista sin patente electoral, se presentó a las elecciones con la personería de Perú Libre, del ex gobernador de Junín, Vladimir Cerrón, que ya había logrado una destacable performance durante las elecciones extraordinarias de 2020 en departamentos como Junín (9,17 %), Puno (6,89 %), Callao (6,87 %), Pasco (6,14 %) y Huancavelica (5,16 %)

En los temas centrales, más allá de los rasgos que lo alejan de la sección de la izquierda progresista más globalizada que encabeza Verónica Mendoza, Castillo está ubicado en la línea exacta de clivaje entre la liberación y la dependencia del Perú, tal como en el no tan lejano pasado argentino estuvo Saúl Ubaldini: cobró notoriedad en el año 2017 cuando encabezó una huelga nacional docente que detuvo las clases durante tres meses para reclamar mejoras salariales y exigió eliminar las evaluaciones al desempeño laboral de los maestros, tan caras a los neoliberales. Se enfrentó abiertamente, por así decir, a la Soledad Acuña de su país.

Pero lo principal es que entre sus principales planteamientos destacan el cambio de la Constitución fujimorista de 1993 mediante una Asamblea Constituyente, la estatización de sectores estratégicos de la economía, la desactivación del Tribunal Constitucional y el ingreso gratuito a la universidad. Es un candidato plebeyo, que levanta un programa económico redistributivo y popular; y enfrentará a la mejor representante política del statu quo peruano, una clase dominante que se aproxima a cumplir 32 años ininterrumpidos al mando del Perú con una misma receta antipopular, antidemocrática y, fundamentalmente, antinacional.

Sin mayor presencia en los medios masivos ni trabajo sostenido en redes sociales, este Castillo expresó al “Perú profundo”: obtuvo un 54 % en Huancavelica, 53 % en Apurímac, 51 % en Ayacucho y 47 % en Puno.

¿Qué pasará en junio?

Podría haber un acercamiento entre las diferentes expresiones de la derecha y la hija de Fujimori, cuya sombra negra, nada distinta de la que sigue a Mauricio Macri con amplia justificación, dificulta la aglutinación de los partidarios del statu quo. ¿Lograrán los sectores «honestistas» del Perú perdonarle al fujimorismo su esencia corrupta, como lo hicieron sus equivalentes argentinos con el multiprocesado Mauricio Macri, el de las cloacas de Morón?-. Buscarán enfrentar, seguramente, la fuerte alineación con Cuba y Venezuela que plantea el postulante de Perú Libre. Pero quizás lleguen tarde.

Castillo tampoco la tiene sencilla. Por un lado, el izquierdismo de clases medias urbanas (limeñas en lo esencial) de Verónica Mendoza debería tragarse el sapo de las posiciones conservadoras de este «tapado» en materias que para ellas son cruciales: las cuestiones de género y las libertades individuales. Pero también un fantasma acecha desde el pasado: el electorado dispuesto a romper con la herencia neoliberal no olvida la experiencia de Ollanta Humala, quien prometió una nueva Constitución con un discurso encendido pero terminó arrodillado ante la Confiep, representante del interés concentrado del imperialismo y la rancia oligarquía de Lima y otros sectores costeños del Perú.

Palabra del autor:debo mucho a un texto de Yair Cybel y Sebastián Furlong, hoy en la Untref y en la Unsafm respectivamente, publicado en el portal Celag.org hace un par de días.

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