Uno de los acontecimientos más ominosos de nuestra historia tuvo lugar en la mal llamada batalla de Cañada de Gómez, que en realidad fue un asesinato a sangre fría que hace palidecer el relato de Truman Capote, perpetrado por los genocidas orientales y mercenarios italianos que estaban a las órdenes de Bartolomé Mitre, luego de la batalla de Pavón. Este último combate del cual se sigue discutiendo puesto que siendo un triunfo confederado en el campo de guerra fue “entregado” por Justo José de Urquiza por razones que todavía son un arcano. Significó el triunfo del centralismo porteño sobre los pueblos del interior, que a partir de ese momento sufrieron toda clase de vejámenes por parte de los pretorianos y mercenarios al servicio de la provincia de Buenos Aires.
El historiador radicado en la ciudad de Venado Tuerto, Roberto E. Landaburu, ha escrito un libro de excepción donde se describe la vesania de los Unitarios contra aquellos ciudadanos que buscaban un país equilibrado, donde cada comarca con su fisonomía particular contribuyera al acervo común. Muchos de ellos se consideraban, como bien se definía el autor del Martín Fierro, argentinos de Buenos Aires. Sus más notables representantes eran los hermanos Hernández y Leandro N. Alem, Nicolás Calvo, Lucio V. Mansilla, entre otros. Esa hermosa experiencia terminó de la peor manera y el título de la obra es elocuente: “Del sueño al degüello. El final sangriento de la Confederación Argentina”.
Este luminoso texto es un brillante alegato en contra del despotismo mitrista, pero que además, aporta un meticuloso estudio sobre el papel que las huestes mercenarias garibaldinas jugaron infamemente. Afirma el historiador: “El general Flores pone en marcha a su gente y en la madrugada del 22 de noviembre de 1861, sorprende a los Confederales. Con cuchillo en la mano y al grito de ‘¡Viva Buenos Aires!, ‘¡a degüello!’, la Legión militar italiana se lanza sobre los dormidos federales. Algunos consiguen montar y tratan de resistir al grito de ‘¡Viva Urquiza!’. Muy pocos escapan a la luz del amanecer. Los demás son degollados”. ”En el campo de la sorpresa quedan ciento cincuenta prisioneros y casi cuatrocientos muertos: casi todos pasados a cuchillo. Las fuerzas de Buenos Aires solo han tenido dos muertos y cinco heridos. La desproporción acredita el degüello a sangre fría. Irónicamente, ese habría sido el ejército del partido de la civilización y de las luces”.
Esta matanza desatará una orgía de sangre que muy pronto cegará la vida de miles de compaisanos, siendo el más relevante, de las 20.000 víctimas, el “Chacho” Peñaloza. Olegario V. Andrade relatará los acontecimientos de manera insuperable: “…Entre la humareda de Pavón, un hombre, Mitre, recogió del suelo la victoria…Entonces escribió su programa con la sangre de Cañada de Gómez. Allí cayeron cuatrocientos argentinos mártires de la libertad en aras de su fe política: cayeron asesinados en una sorpresa innoble, una emboscada traidora…”.
Los nombres de Venancio Flores, Ambrosio Sandes, Pablo Irrazábal, el italiano Juan B. Charlone fueron los responsables, con la aquiescencia y el beneplácito de Bartolomé Mitre, de una de las escenas más luctuosas de la vida nacional. Los coroneles uruguayos que respondían a Buenos Aires consumaron uno de los genocidios más aberrantes de la historia sudamericana. Los escribas al servicio de la clase dominante de antaño y hogaño, han hecho todas las maniobras posibles para ocultar esta infame carnicería. Pero la verdad termina, como siempre, imponiéndose, y marcó a fuego a los enemigos de la organización federal.
Ese hermoso proyecto que fue la Confederación Argentina terminó horrorosamente por varias causas. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la defección de Urquiza y el sadismo de la oligarquía porteña fueron los fundamentos para arrasar literalmente con cualquier oposición en el interior de nuestro país. El jefe entrerriano no fue molestado por los vencedores, mientras que las provincias rebeldes fueron castigadas salvajemente. Santa Fe no fue la excepción puesto que las mercenarias legiones italianas tuvieron el papel de controlar las ciudades de Rosario y Santa Fe. Con su desparpajo habitual, Domingo Faustino Sarmiento le recomienda en carta a Mitre: “…No deje cicatrizar la herida de Pavón…Sobre Santa Fe tengo algo muy grave que proponerle.
Desde 1812 este pedazo de territorio sublevado es el azote de Buenos Aires. Sus campañas desoladas por sus vándalos; su comercio destruido por sus contrabandistas, que improvisaban ciudades para dañarlo. Sus costas siempre francas para desembarco de los enemigos de Buenos Aires, los expatriados tienen siempre allí su asilo. El Rosario será gobernando por sus jueces de paz como San Nicolás; su aduana será sucursal de la de Buenos Aires…Puede darse a Córdoba Santa Fe, como frente pluvial y resguardo de sus campos de pastoreo, tomando al Carcarañá por línea divisoria. ¿Quién se quejaría de ello?”. En resumen, el sanjuanino quería regalar nuestra provincia a los cordobeses y a los porteños. Mientras tanto cada 11 de septiembre los santafesinos hacemos culto de alguien que deseaba destruir nuestra autonomía provincial. Huelgan más palabras.
La investigación sobre la intervención de las tropas garibaldinas-mercenarias- en nuestras guerras civiles es una documentada excursión intelectiva sobre las tropelías cometidas por la soldadesca. Y sus reflexiones finales sobre el antagonismo entre los criollos y los inmigrantes italianos, producto de los acontecimientos de Cañada de Gómez, son de una agudeza remarcable donde no faltan los análisis del Martín Fierro y la famosa matanza de Tandil.
Necesitamos conocer mejor nuestra historia, bajar a los supuestos próceres del pedestal y enjuiciar las conductas que han engendrado hechos infames. Es irrefutable el aserto romano de que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. El derrotero argentino es una prueba irrefragable de ello.