Gabriel Boric se impuso de manera arrolladora sobre el ultraderechista José Antonio Kast. Es un hecho auspicioso, sobre todo si se lo ve en el marco del resurgimiento de los movimientos populares en Iberoamérica.
“Más pronto que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”. Las palabras del último discurso del presidente Salvador Allende, retransmitidas por Radio Magallanes entre el ruido de la estática mientras transcurría el golpe que terminaría con su vida y con la democracia en Chile por largos años, han resonado seguramente ayer en el corazón de millones de latinoamericanos tras la victoria de Gabriel Boric. Las calles de Santiago rebosantes de luces y pueblo eran una ilustración perfecta de las frases de aquel presidente que sucumbía en 1973 arrollado por las operaciones de la CIA, el conservadurismo furioso del establishment chileno y la traición de las fuerzas armadas. Perecía también víctima del “ultrismo” de algunos de sus partidarios, propensos como suelen serlo los extremistas a forzar las situaciones más allá del límite de lo posible y a confundir la provocación con la revolución.
Pero no fue pronto sino más bien tarde que la iluminación se produjo. 47 años hubieron de pasar para que el modelo granítico de sociedad atado y bien atado por Augusto Pinochet Ugarte fuese vulnerado por las revueltas populares que explotaron en 2019. E incluso hasta en este momento, cuando el arrollador triunfo del izquierdista Gabriel Boric sobre el ultraderechista José Antonio Kast regocija los sectores nacional-populares del continente, no puede olvidarse que el candidato de la derecha venció en el primer turno de las elecciones nacionales y que, hasta el último momento, las encuestas daban un resultado final ajustado a la segunda vuelta.
Como quiera que sea, la elección de este domingo pasa la página. Termina, creemos que definitivamente, la etapa Pinochet, con una reforma constitucional que presumimos derogará los obstáculos que la carta magna oponía hasta aquí a la plena expansión de la voluntad popular y al desarrollo de los sectores más postergados de la población, estableciendo los instrumentos legales que consientan un acceso más libre, más equitativo y eventualmente gratuito a la educación y a la salud.
El discurso de Boric hizo mucho hincapié en el derecho de las minorías, subrayando el valor de las políticas de género y asumiendo la defensa de los pueblos originarios; rescató, en suma, los tópicos del progresismo al uso. No hizo referencia, empero, hasta donde pude advertirlo, a cuestiones atinentes a la política exterior y a las relaciones con los países latinoamericanos, pese a que todos los gobiernos de talante nacional popular o progresista le habían apoyado antes de la elección y se manifestaron con beneplácito y también con entusiasmo tras la noticia de su victoria. Incluso el de Venezuela, cuyo presidente Nicolás Maduro podría sentirse molesto con Boric por el respaldo que dio a las críticas de Michelle Bachelet, cuando esta, en su condición de Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, se pronunció duramente acerca de los encarcelamientos en el país del Caribe.
El plano exterior
De todos modos el carácter positivo del resultado electoral chileno está fuera de toda duda respecto a su dimensión geopolítica. De nuevo un frente nacional-populista se está diseñando en las Américas, parecido al que surgiera a principios de este siglo. En Bolivia el golpe contra Evo Morales terminó naufragando al ser corregido por una consulta democrática; en Argentina una vacilante coalición antioligárquica presume de ser gobierno; en Venezuela subsiste Maduro contra todos los pronósticos agoreros de hace unos años; en Honduras y en Nicaragua surgen o se sostienen gobiernos populares; en Perú un maestro sindicalista intenta sacar a su país del tembladeral y, en México, Andrés Miguel López Obrador ha inyectado una bocanada de aire fresco en un sistema político que estaba anquilosado y corrupto, aunque tenga que lidiar con la trama narcoterrorista que lo sostenía y lo sostiene. La adición de Chile a este frente de fuerzas que genéricamente podrían ser denominadas como progresistas es importante –en especial porque puede poner coto hasta cierto punto a un chauvinismo que la derecha chilena siempre ostentó hacia algunos de sus vecinos, ayudando a disipar las nubes que, por ejemplo, el gobierno de Sebastián Piñera echó sobre el paisaje austral, con su pedido de revisión del tratado de límites entre su país y el nuestro, que en 1984 pareció finalizar esa larga y peligrosa historia de diferencias fronterizas que se arrastraba desde siglo y medio atrás.
Falta mencionar la pieza principal de este tablero: Brasil, que vive bajo la égida de un fundamentalista de derecha, Jair Bolsonaro, pero donde las chances de que Inacio Lula da Silva gane las elecciones del año próximo parecen multiplicarse. Brasil es la clave. Si Lula vuelve al gobierno y se relanza, vigorizado, el proyecto del Mercosur y de un banco latinoamericano, Iberoamérica podría empezar a diseñar un proyecto propio que, con el tiempo, la pusiese en capacidad de compensar el estado de sujeción y dependencia en que se encuentran sus países.
Por supuesto que esto es fácil de decir y difícil de hacer. Las mayores dificultades no provienen tanto del plano externo sino del ámbito interno, donde la fijación de las clases habientes en un estatus quo que les ha consentido enriquecerse en forma desmedida y sin asumir riesgos, las ha acostumbrado a una pereza histórica de la que solo son capaces de salir para defender a sangre y fuego sus privilegios. Estas clases parasitarias que se vinculan al mundo para servir de rueda de transmisión de los intereses del imperialismo, han creado un tejido de dominación que pasa por el “lawfare”, la monopolización de las comunicaciones, los oligopolios de prensa, el control de los bancos y la timba financiera. Restan las fuerzas de seguridad, a las que el sistema entiende controlar, pero que siempre tienen un fondo de imprevisibilidad que ha dado algunas de las sorpresas más significativas de la historia del subcontinente: Villarroel, Perón, Velasco Alvarado, Ibáñez del Campo, Chávez…
Es mucho el camino a recorrer y para quienes hayan de emprenderlo comprender su carácter complejo e irreductible a los esquemas simples debe ser la primera lección que aprendan si quieren remontar la ruta. De lo contrario estarán arriesgándose a repetir la experiencia que afloró a principios de siglo y que tres lustros más tarde fue barrida por la oleada neoliberal. Es necesario romper con los “corsi e ricorsi” de los altibajos que barren en un mes los progresos dificultosamente obtenidos durante 10 o 15 años de gobiernos renovadores. El mundo marcha hacia una era de grandes confrontaciones en la cual no habrá lugar para los débiles.
Excelente articulo
Muy buen artículo…como todo lo de La olla..
Excelente nota, Quique. Un abrazo.