El 26 de julio de 1822, José de San Martín y Simón Bolívar, Libertadores de América, se encontraron personalmente, por única vez en sus vidas, en la ciudad de Guayaquil, hoy perteneciente a la República de Ecuador. En la entrevista que sostuvieron, acordaron que Bolívar asumiría el mando del ejército que había liberado Chile a las órdenes de San Martín, mientras que éste renunciaría a su título de Protector del Perú y se retiraría del teatro de operaciones. Sobre este episodio se han tejido varias especulaciones, apoyadas por el hecho de que no quedó registro escrito del mismo y que no hubo testigos presentes durante la conversación.
Mistificación historiográfica y realidad política
El mito más extendido sobre la Entrevista de Guayaquil es aquel según el cual el humilde y republicano general San Martín abandonó la vida política en virtud de su falta de ambiciones de poder, de manera opuesta a Bolívar quien, supuestamente, pretendía instalar algún tipo de dictadura continental. A falta de mayores pruebas se habló durante décadas del “misterio de Guayaquil”, en una línea de interpretación que el historiador argentino Antonio J. Pérez Amuchástegui ridiculizó como un “esoterismo historiográfico”, creador de supuestas incógnitas para nublar la verdad histórica.
¿Qué intereses se encontraban detrás de esta versión? Los de las oligarquías latinoamericanas que traicionaron el proyecto unificador de Bolívar, San Martín, José Artigas y tantos otros líderes de nuestra emancipación. Su posición privilegiada de rentistas agrarios, mineros o comerciales en la sociedad dependía de la división territorial y política de la unidad creada durante los siglos de dominio español. El desarrollo de un poderoso mercado interno en el amplio espacio americano implicaba el fortalecimiento de una burguesía moderna que eventualmente las aniquilaría como clase social dominante.
Así fue como, tras apoyar a los ejércitos libertadores, los dejaron pedaleando en el vacío una vez que estuvo asegurada la expulsión del dominio español. Para justificar a posteriori ideológicamente su dominio dictaron una historia oficial en la que convirtieron a los líderes del movimiento emancipador en meros caudillejos locales, recelosos los unos de los otros. En el caso del Río de la Plata, San Martín fue reducido a un genio militar “apolítico”, ocultando así el cálculo que acompañó a su actitud en el momento de encontrarse con Bolívar. ¿En qué consistía este cálculo? La respuesta se obtiene analizando la situación política y militar en que se encontraban ambos personajes a mediados de 1822.
Bolívar avanzaba victoriosamente desde las actuales Venezuela y Colombia (por entonces reunidas en la República de Colombia o Gran Colombia) hacia el sur, sus ejércitos acababan de liberar Quito, la independencia de México y de América Central lo cubría de un ataque realista desde el Caribe, y su frente político interno estaba firme, es decir, no había (por el momento) disensiones en su retaguardia que debilitaran su posición y su liderazgo político.
San Martín, por su parte, ejercía el cargo de Protector del Perú y comandaba al ejército que había vencido en Chacabuco y Maipú, y que había logrado ocupar Lima en julio de 1821. Pero su situación política era precaria. En el Río de la Plata, la disolución del gobierno nacional, tras la crisis de 1820, había dado como resultado la secesión de las Provincias Unidas. Cada gobernador actuaba como el jefe de un pequeño estado. Mientras que los del Interior apoyaban la causa de la emancipación, la burguesía importadora de Buenos Aires, orientada por Bernardino Rivadavia, le daba la espalda. Acaparadora de los recursos que generaban las rentas aduaneras del único puerto del país, le negó ese dinero a la empresa sanmartiniana.
Al mismo tiempo, el asesinato de Martín Miguel de Güemes, facilitado por la oligarquía salteña (tan localista y hostil a la revolución social que las campañas libertadoras promovían como la burguesía porteña), lo había privado tanto de un vínculo político con el Plata como de una pieza fundamental de su estrategia militar, puesto que el plan sanmartiniano contemplaba una ofensiva de pinzas entre sus fuerzas, desembarcadas en la costa peruana, y las de Güemes, que avanzarían desde Salta hacia el norte.
Finalmente, la toma de Lima y la declaración de la Independencia del Perú no implicaron un triunfo decisivo en la campaña. En el plano militar, el virrey José de la Serna mantenía un ejército fuerte en la sierra peruana y en el Alto Perú (la actual Bolivia). Y en el plano político, la lucha de facciones en la aristocracia limeña (dividida entre los leales al rey de España y los que esperaban servirse de San Martín o Bolívar como instrumentos descartables de sus fines localistas) minaba la moral y la fidelidad de su ejército.
La tarea actual
El “misterio” de la actitud sanmartiniana se desvanece ante la evidencia de los hechos concretos. Enfrentado al panorama expuesto, San Martín pesó las opciones a su disposición y tomo la determinación que más ayudaba a la causa común: dejar sus fuerzas y el poder político a Bolívar, mejor posicionado para terminar con el foco absolutista peruano. Como se ve, no se trató de un acto de desprendimiento republicano abstracto y apolítico sino de una decisión revolucionaria de política concreta.
Doscientos años después, América Latina todavía busca conquistar su destino de Patria Grande. La lucha está en curso y su resultado abierto. En los últimos años, los argentinos le abrimos por un momento la puerta a la contrarrevolución cuando rencillas internas mal canalizadas permitieron el triunfo de Mauricio Macri en 2015. A partir de esa elección comenzó una oleada de triunfos de candidatos, o de golpes de Estado (directos o institucionales), de signo neoliberal y cipayo que parecía llevarse todo por delante.
Sin embargo, dicha oleada está hoy en retroceso. A pesar de las enormes presiones, el gobierno bolivariano se mantiene firme en Venezuela, el MAS boliviano arrinconó y derrotó a la dictadura de Jeanine Áñez, y los argentinos conseguimos evitar un segundo gobierno del PRO y sus cómplices. Incluso en países que parecían bastiones del neoliberalismo, como México, Perú, Chile y Colombia, han aparecido gobiernos que buscan librarse de los dictados del imperialismo y fortalecer la unidad continental. Todo este panorama parece destinado a fortalecerse con el inminente triunfo de Lula da Silva en Brasil.
La consolidación de esta tendencia depende en parte no menor de lo que suceda en nuestras elecciones generales del año próximo. Entender que en 2023 se juega una parada estratégica para la causa nacional latinoamericana, en modo alguno decidida de antemano, será el mejor homenaje que le podamos hacer a la visión y a la generosidad política que San Martín marcó un día como hoy de 1822.