El batacazo/Enrique Lacolla

El escritor y periodista Enrique Lacolla ensaya la caracterización política de la sorpresa Milei y su contexto con el malhumor social actual.

Javier Milei y su hermana Victoria a la hora del triunfo.

El resultado de las PASO fue peor del esperado. Pero también debería brindar un punto de partida para una revisión en profundidad del debate ideológico y de la práctica política en la Argentina.
Si alguien quiere recuperar aire después del sofocón significado por el sorprendente resultado de las PASO, puede consolarse pensando que en definitiva estas elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias no son otra cosa que unas encuestas glorificadas, y que la masa de los electores que allí se expresa aprovecha la oportunidad de votar sin cargar con la responsabilidad de estar designando concretamente a alguien para ocupar una función pública. Por lo tanto explaya su opinión y eventualmente su bronca sin reflexionar mucho y sin complejo de culpa. Esto explicaría también que muchos prefieran quedarse cómodamente en su casa siguiendo las peripecias del acto por televisión en vez de concurrir a los comicios. Cuando sea la elección “real”, la tesitura del elector será otra y eso puede modificar un poco o bastante el resultado, especulan los optimistas…

Si hay quien quiere tranquilizarse prestando oído a estas atendibles razones, allá él, pero a mí la sensación que me deja la elección del domingo es la de un parteaguas en el apoyo que las masas prestaban al peronismo o a lo que mejor podría denominarse como el movimiento nacional popular, pues dentro de él estaban, y están, orientaciones bastante diversas entre sí, aunque unificadas por cierta comunidad de ideas en torno a los postulados básicos de la independencia económica, la justicia social y la soberanía nacional.

Y bien, lo que sostienen hoy los exponentes de la Libertad Avanza, del PRO y lo que resta del viejo Partido Radical, vencedoras de la elección, está en las antípodas de ese credo. Toda la historia argentina contemporánea se ha construido en torno a esta antinomia, por mucho que haya habido matices, avances y retrocesos en la relación entre estas fuerzas contrapuestas. Pero la situación actual aporta novedades de las cuales la mayor es la irrupción de una fuerza que ha crecido en buena medida espontáneamente, espoleada por la prédica de un personaje de contornos carismáticos, de discutible equilibrio psicológico y propenso a ataques de ira contra la “casta” política, de la cual él forma parte, pero respecto a la cual pretende diferenciarse.

Javier Milei no es un fascista, como el simplismo de la progresía gusta denominarlo. ¿A qué líder fascista genuino se le hubiera ocurrido renunciar a su divisa nacional y descuartizar al Estado, que era la niña de sus ojos y su sacrosanto punto de referencia? Milei es un anarquista de derecha (él mismo se denomina anarco-capitalista), utilizable por el sistema como elemento diversivo llamado atraer a los sectores más jóvenes, impreparados o desclasados de la sociedad, con una prédica revulsiva, que propone desde la privatización de las empresas públicas hasta el pago de los servicios de la educación pública y la salud. Propone una reducción drástica de los impuestos, el cierre del banco central, la reducción o más bien la jibarización del estado, la dolarización, la venta libre de órganos, la apertura de la economía a la importación, la libre portación de armas y, desde luego, una represión implacable del delito callejero. Que algunas de estas propuestas empiecen a ser matizadas o retiradas de la plataforma discursiva del candidato a presidente de la República no tiene mayor importancia; responde al teorema de Baggini, según el cual las proposiciones más radicales van atemperándose a medida que un político se aproxima al poder. Pero esto no altera el fondo del pensamiento de Milei, que por otra parte queda corroborado por la admiración que profesa a Domingo Cavallo, Carlos Menem y Mauricio Macri.

Ahora bien, el por qué el 30 por ciento de los votantes en la elección del domingo que sufragaron por el candidato “libertario” y que provienen de estamentos sociales varios, pero entre los que hay muchos de clase media baja, pobres o desplazados, se volcaron al apoyo a Milei -quien por cierto es una amenaza para su ya precario estándar de vida- representa una incógnita que no se agota con la explicación que dábamos más arriba referida al enojo y al malhumor causado por los repetidos fracasos de la clase política para de alguna manera salir de la encerrona en que Argentina se encuentra (con algún intervalo) desde 1955 a la fecha.

Los factores que la significan a esta peregrina adhesión están vinculados en parte al fracaso de gobiernos que tomaron rumbos equivocados o aberrantes, sí, sin duda; o a la timidez de otros que no asumieron el papel que les había asignado el pueblo y prefirieron diluirlo en negociaciones, medidas tomadas a medias y claudicaciones gratuitas. Pero también entronca con la evolución de un mundo que se modifica vertiginosamente e impone cambios que todavía están en proceso y no dominamos. En Argentina esta corriente global ha impactado con fuerza y, aunada a la irresponsabilidad de una parte de la dirigencia y a la catarata de reveses que nos han llovido en estos últimos años (deuda criminosa, pandemia, sequía) pone a amplios sectores, especialmente entre los jóvenes, en una disposición dirigida desahogar su malhumor, su ignorancia de la historia y su descontento de cualquier manera. O sea, a patear el tablero en la primera ocasión que se presente.

La disminución del trabajo formal, el debilitamiento de la solidaridad que resulta de la disminución de la masa trabajadora organizada, la pobreza creciente, la expulsión hacia la periferia social de sectores de lo que pudo considerarse como la clase media baja con aspiración ascendente; la superpoblación de este último ámbito, la ruptura de los lazos familiares causados por la pobreza en primer término, pero también por la invasión de una cultura o pseudo cultura digital, que distrae, dispersa y crea redes laberínticas de comunicación, donde es muy fácil extraviar el sentido de la realidad, son datos que crecen día a día, junto a la inseguridad y a la difusión de la droga. Por último, pero no lo menos importante, la cháchara de un progresismo que se prodiga en garantismos, indigenismos, sensibilización ante los derechos de las minorías sexuales e incesante catequización en torno a ellas, termina de componer un “combo” explosivo presto a detonar si se le acerca un encendedor.[i]

Hasta aquí esto no ha sucedido, seguramente porque los mecanismos de contención de los subsidios sociales han suavizado las aguas. Pero si personas como Milei o Patricia Bullrich llegan al poder y activan sus planes, es prácticamente seguro que se pondrán al país de sombrero. El punto es inquietante para todos, incluso para quienes han patrocinado hasta hoy a Milei y a Bullrich, pues los componentes del apoyo a Milei se basan en sectores psicológicamente volátiles, y en el resto del espectro de un país con más de un 40 por ciento de pobreza el humor social no es mucho mejor. El movimiento sindical, si bien no tiene la consistencia, la amplitud y el peso de otros tiempos, sigue siendo una estructura poderosa con un considerable poder de movilización. Si se va a un choque de magnitud, no está muy claro cómo se saldaría el partido.

Este conjunto de elementos tal vez induzcan a la reflexión. No tanto en los referentes partidarios que encabezan las listas (algunos de ellos son irrecuperables, lo sabemos), como en el 37 % del electorado que en ocasión de las PASO ha votado en blanco o se ha abstenido de concurrir al acto electoral. Esto podría influir y eventualmente cambiar la matemática de las próximas elecciones. Aunque las perspectivas son sombrías, no todo se ha perdido todavía.

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[i] De ninguna manera voy a negar la positividad de la ampliación de derechos de las minorías sexuales, de la abrogación de prejuicios ni de la conveniencia de tomar en cuenta la situación de sectores indígenas que están socialmente minorados. Pero respecto a las primeras no hay que confundir defensa con propaganda y con una naturalización que, paradójicamente, desnaturaliza y ofende al sentir de las mayorías. En cuanto al indigenismo afectivo habría que aconsejar a sus cultores que se esfuercen en reconocer el carácter complejo de la mixturación racial en la América hispana y la utilización que del problema hace el imperialismo anglosajón, siempre interesado en fomentar la división de un continente que por el contrario necesita integrarse en torno a esa mestización de la cual la conquista y colonización hispano-portuguesa fueron el vehículo a medias involuntario, pues fue tolerado y hasta cierto punto propulsado por la iglesia católica, ajena al purismo racial protestante.

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