La nueva crisis abierta en Medio Oriente quizá pueda se aplacada, pero indica un estado de cosas insostenible. Gracias a ella, en nuestro país el presidente Milei da rienda suelta a su estrambótico dramatismo.
Curiosa pero inquietante evolución de los acontecimientos en medio oriente. En represalia por el asesinato de siete de altos cargos militares iraníes, perpetrado por Israel cuando se encontraban reunidos en Damasco, Teherán lanzó varios centenares de drones y misiles contra el territorio israelí, en el primer ataque directo que Irán conduce contra el estado hebreo, pese al largo historial de ofensas compartido por ambos países a lo largo de varias décadas. A pesar de la masividad del ataque, sus resultados fueron nulos: la casi totalidad de los vehículos no tripulados fue destruida en el aire por la gama de misiles de la “cúpula de hierro” con que Estados Unidos ha dotado a su aliado. Estados Unidos también participó en la intercepción y destrucción de esos vehículos con misiles disparados por dos de sus destructores destacados en el área. También Jordania y Arabia Saudita participaron en la cobertura disparando contra la procesión de drones a medida que estos cruzaban su espacio aéreo.
Vista desde esta perspectiva, la represalia iraní se parece a una demostración de impotencia, más que a otra cosa. Habría estado destinada más que nada a calmar los ánimos del pueblo, enfurecido por el enésimo asesinato selectivo perpetrado por el Mossad y los servicios occidentales contra figuras clave en las estructuras de defensa y tecnología iraníes. Incapaces de cobrarse en la misma moneda, atacando a blancos sensibles ubicados en esas mismas áreas en el bando israelí, la respuesta fue un bombardeo al voleo. Los drones tenían que recorrer cientos de kilómetros a una velocidad relativamente lenta antes de llegar a su objetivo, lo cual facilitaba aún más el cometido de derribarlos.
¿La réplica iraní no ha sido otra cosa que una forma de salvar la cara entonces? ¿Pudo haber sido una forma de tantear las defensas israelíes con miras a un nuevo ataque? Imposible saberlo desde aquí, pero nos inclinaríamos por la primera hipótesis, sobre todo porque los persas han especificado que se daban por satisfechos con la retaliación efectuada. La pelota queda ahora en el campo israelita. ¿Se animará Netanyahu a aprovechar la represalia iraní para desatar a su vez otra contra-represalia tras la cual no haya vuelta atrás y lograr así su sospechado objetivo, que no sería otro que incendiar el medio oriente para comprometer una intervención norteamericana que acabe con el régimen de los ayatolas? Claro está un desarrollo semejante comprometería la paz mundial, pero no faltan, entre quienes ocupan puestos de responsabilidad en Israel y en EEUU, personajes que estén dispuestos a jugar esa carta.
Pero esa es una dimensión que se nos escapa, al menos en el sentido de poder operar sobre ella. Ahora bien, ¿qué deberíamos hacer nosotros partir de estos acontecimientos? No deberíamos hacer mucho, salvo el refuerzo de la vigilancia en aeropuertos y lugares sensibles, dadas las experiencias de los atentados pasados, sobre las cuales, sin embargo, sería bueno tomar conciencia acerca de los motivos que nos hicieron pasar por ellas. El primero fue meternos donde no debíamos, por iniciativa de Carlos Menem, quien no bien llegó al poder se apresuró a poner al país en línea con todas las pautas de la dependencia respecto a Estados Unidos, de consuno al auge del “consenso de Washington”. Ello lo llevó a sobreactuar su papel de comparsa y a comprometer el apoyo del país a las políticas imperialistas en medio oriente, incluido el envío de una nave de la Armada para colaborar en operaciones de guerra. El hecho de ser Menem de ascendencia árabe y haber recabado apoyos financieros para su campaña provenientes de fuentes de ese origen, agravaron la magnitud de la ofensa. La respuesta fueron los ataques terroristas contra la embajada israelí y contra la AMIA, aún envueltos en el misterio a pesar de unas investigaciones judiciales que siempre estuvieron manchadas o sospechadas de manipulación y fraude.
Ahora tenemos instalado en la Casa Rosada a un huésped que comulga con las mismas ideas de Menem, aunque carece de la habilidad y la inteligencia políticas del riojano. Se trata de un espécimen difícil de definir, con algo de infantilismo y mucho de fronterizo, que por una de esas cosas de la historia ha sintonizado con el momento más vaciado de pulsiones nobles que ha tenido nuestra sociedad en muchas décadas. Actúa como si nada le concerniese. Quiere sacar adelante decretos y proyectos que vulneran todas las pautas de la convivencia y enarbola las banderas del cipayaje más abyecto sin detenerse en consideraciones sobre la soberanía, la constitución, el bien común, la solidaridad y el trabajo colectivo, mientras endosa, en cuanta ocasión se le ofrezca, un uniforme camuflado, como queriendo transmitir una sensación de autoridad que no tiene.
La torpeza, el infantilismo y tal vez alguna psicopatología no declarada no excluyen la culpa, sin embargo. La brutal transferencia de recursos al exclusivo sector más adinerado de la población, la desvalorización de la moneda, la entrega Estados Unidos de una base en Tierra del Fuego, los planes ya operativos o en vías de ejecución que paralizan la obra pública, destruyen a la industria y al empleo; la ofensiva contra las universidades y los organismos tecno-científicos; el hecho de que en apenas tres meses el índice de pobreza haya trepado al 53 por ciento de la población y por fin la alineación irresponsable con USA e Israel en una puja en la cual se dirime el destino del mundo para las próximas décadas, definen un escenario catastrófico que excede los más pesimistas pronósticos elaborados un año atrás. Este desbarajuste no es obra solo de Milei; detrás se mueven las “fuerzas vivas” del gran empresariado, de la banca y de unos sectores políticos que no alcanzan a representarse la gravedad de la hora o que, haciéndolo, no disponen de la voluntad o de la lucidez necesarias para romper con la política pequeña y asumir la tarea de dar forma y coordinar la resistencia.
Sumémosle a esto la sobreactuación de una presunta conversión de Milei al judaísmo, su llanto en el Muro de los Lamentos, sus bailes con sus cofrades Lubavitch y sus exhibiciones forzadas y cuasi pornográficas con Fátima Florez sobre un escenario teatral, y tenemos el cartón lleno. ¿Qué pueblo puede votar a semejante adefesio? Y sin embargo esto ha sucedido y hemos sido nosotros, como sociedad, quienes lo hemos puesto en el lugar en que está.
El ataque iraní contra suelo israelí le provocó una enorme conmoción. Abandonó una gira por Estados Unidos, gira que debía culminar en Dinamarca para firmar el acuerdo por los F-16, y se precipitó de vuelta al país como si de una inundación en el Delta se tratase. Aquí lo primero que hizo fue nombrar un gabinete de crisis (a cuya primera sesión invitó al embajador israelita), prodigándose una vez más en enfáticas declaraciones sobre nuestra pertenencia a occidente y a la expresión más concentrada de su fe democrática, encarnada, según él y sus más próximos adláteres, por Estados Unidos e Israel. Cuánto habría que decir sobre la manera de entender la democracia en ambos países, pero por ahora dejémoslo aquí.
La legitimidad de la elección de un mandatario está condicionada, en todos los casos, por la racionalidad de sus actos. Un voto mayoritario no justifica la admisión de que desde ese sitial se puedan propulsar iniciativas desatinadas, que comprometan la salud y la integridad de la nación. La tolerancia, la falta de una reacción adecuada frente a la catarata de decretos, recortes y ajustes que están dañando, de una manera duradera que pronto se puede tornar irreversible, el futuro del país, no son admisibles. Debe haber instrumentos –como el juicio político- sustentado por la presión de la calle, capaces de frenar la disgregación nacional. Claro que en este momento el cálculo de patas cortas o la apatía de mucha gente parecería inhibir una reacción apropiada. Tal como vamos no puede pasar mucho tiempo, sin embargo, para que “las redomas del furor” se colmen y la tempestad que está gestándose busque una salida. La tarea de los quienes no están corrompidos o vencidos por el sistema es encontrarla.
Es necesario que la apesadumbrada reacción de Lula cuando observó el huracán desregulador lanzado por la nueva administración y la nula resistencia que levantaba: “La Argentina está perdida; hay que buscar otras soluciones”, se transforme en un “Argentina está nuevamente de pie; ha vuelto para estar entre nosotros”.