El 12 de Octubre: Ni indigenistas ni hispanistas, mestizos de América del sur/Gustavo Terzaga*

El 12 de octubre, lejos de ser una mera efeméride inspiradora de una clase alusiva en el aula, es un fiel reflejo de la complejidad histórica que se ha forjado en nuestra región, pero también pone en evidencia el proceso mismo de la dinámica político/cultural de una nación inconclusa como la nuestra, donde el ejercicio de recuperación del sentido histórico continúa estando en pugna con toda su virulencia y sus contrastes. Aún así, en el desafío intelectual de abordar el 12 de octubre de 1492 y su determinación histórica que opera en el presente, no podemos caer en un juicio superficial que reduzca los acontecimientos a una batalla entre el “bien y el mal”, a un pleito moral entre buenos y malos de la historia. Lo cierto es que la cancelación de figuras y procesos históricos clave se convierte en un obstáculo para la comprensión de nuestro pasado, ya que al hacerlo, se elimina del relato y del tejido histórico un elemento fundamental: el “tiempo”.

El contexto histórico.

En la historia, que no es una aventura idílica, nada se da de manera precipitada o forzada; los acontecimientos se resuelven por añadidura como producto de las fuerzas intrínsecas que los impulsan. Por lo tanto, las fechas no son mojones que compartimentan la historia de manera estanca, los hitos en ella se inscriben con su referencia en el tiempo como la lógica consecución de hechos concatenados y al ritmo natural de los procesos sociales, sus variables y derivaciones. Atento a ello, con un marcado sentido de continuidad y como hitos políticos de enorme trascendencia, el 12 de octubre de 1492 fue la culminación de una serie de procesos históricos que comenzaron con la unificación de España bajo los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, tras la toma de Granada y la expulsión de los moros. Esta consolidación permitió que España, afirmada en su soberanía, emprendiera la empresa de la Conquista de América, un hecho trascendental que cambió para siempre la geopolítica mundial. Vale decir, el descubrimiento de esta gran geografía que surca el globo de polo a polo, fue la culminación de la natural movilidad histórica de Europa por aquel entonces, impulsada por el enorme desarrollo del capitalismo mercantil.
La Conquista fue un proceso marcado por la violencia, la explotación y la muerte, pero es un total desatino verlo únicamente como la imposición de un genocidio. El mestizaje que caracteriza a América Latina es testimonio de la integración de los pueblos originarios con los europeos y africanos en el continente. Repito, no es el término ‘genocidio’ el apropiado para lo que entonces sucedió, ya que el objetivo de dicha conquista no era la eliminación sistemática de los pueblos indígenas americanos, sino su explotación en beneficio de los conquistadores y la metrópolis (donde fueron utilizados como recurso inagotable para el trabajo forzado), así como su conversión al catolicismo, impuesta como única religión ‘verdadera’. Hubo, sin duda, muerte y destrucción, pero también se generó una nueva civilización, fruto del sincretismo cultural y religioso en el encuentro de dos culturas.
Entonces, el relato que presenta a los españoles como villanos absolutos y a los pueblos originarios como víctimas inocentes, oculta la complejidad del proceso histórico y nos aleja de la riqueza de sus claves.


Lo importante es la política internacional.

Por ejemplo, la disputa geopolítica de la época, en la que Inglaterra buscaba corroer el poder español para ganar influencia en el Nuevo Mundo, nos revela que la ambición británica creció a medida que el poder del imperio español se debilitaba. En 1806 y 1807, los Ingleses lanzaron dos invasiones sobre Buenos Aires con el claro objetivo de conquistar el cono sur del continente americano. Como nación potente, su interés de ultramar estaba centrado en controlar territorios estratégicos y las numerosas islas del continente americano se convirtieron en las primeras víctimas de su ambición. En el extremo sur, aquí, Gran Bretaña fijó su mirada en las islas que dominan el paso clave bioceánico y su proyección antártica, nuestras Islas Malvinas, y en 1768 intentó apoderarse de ellas, organizando una expedición clandestina al archipiélago, aunque sólo décadas más tarde lograría ocuparlas, en 1833.
Como no existe el vacío y todo en la historia son acontecimientos concatenados, estos son los antecedentes históricos de la Guerra de Malvinas de 1982 y sus enseñanzas, como hecho de nuestra historia reciente, en contraposición a la deshistorización impulsada por el dispositivo desmalvinizador anglosajón.
En síntesis, en el terreno político/cultural de la época, el gran objetivo británico consistía en convencer a las élites políticas e intelectuales de hispanoamérica de que la llegada de los españoles a América sólo había traído saqueo, violencia y destrucción. Si lograban imponer esta narrativa, la ruptura sería inevitable. Y, efectivamente, ese intento de imponer una visión distorsionada de nuestro origen es el fundamento de la actual controversia, como prueba de su éxito. Solo hay que ver donde residen las casas matrices que financian los movimientos indigenistas en América Latina.


La pugna y el juicio ideológico por retrovisión.

El cambio de nombre del “Día de la Raza” de don Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, al “Día de la Diversidad Cultural”, impulsado por el kirchnerismo (estamos en la era de las abstracciones y la muerte de las categorías políticas), si bien pretende reconocer la pluralidad étnica y cultural, diluye el significado histórico que buscaba exaltar la unidad y la identidad de los pueblos latinoamericanos como producto de una rica mixtura de tradiciones hispánicas, africanas e indígenas con todos sus matices; a la vez que refleja nuestra minoría de edad como nación ya que, casi con conciencia escolar, nos conformamos en dividir o clasificar fechas y próceres como buenos y malos.
Pero en sentido contrario, el “Día de la Raza”, instaurada por Hipólito Yrigoyen- la raza de José Vasconcelos, que en su ensayo “La raza cósmica” de 1925 planteó la idea de América Latina como producto de una síntesis única de razas y culturas que nos convierte en una civilización mestiza y original -no era una celebración del racismo colonialista, sino una reafirmación de nuestra identidad mestiza frente a la presión del imperialismo anglosajón, cuyo objetivo era erosionar nuestro sentido de unidad. Por consiguiente, la nueva denominación diluye esta intención y promueve una visión de la historia que acentúa las facciones, divisiones y confrontaciones, en lugar de reconocer y recuperar el valor de la integración cultural que nos define.
El propio Perón decía que “Para nosotros, la raza no es un concepto biológico. Para nosotros es algo puramente espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Para nosotros, la raza constituye nuestro sello personal, indefinible e inconfundible. España aportó al occidente la más valiosa de las contribuciones: el descubrimiento y la colonización de un nuevo mundo ganado para la causa de la cultura occidental. Su obra civilizadora cumplida en tierras de América no tiene parangón en la Historia. Es única en el mundo. España levantó, edificó universidades, difundió la cultura, formó hombres, e hizo mucho más; fundió y confundió su sangre con América”.

La religión y el idioma como factores de unidad.

A pesar de la violencia intrínseca del proceso de conquista que produjo una debacle demográfica, la evangelización fue un proceso que a la postre integró a los pueblos originarios en una nueva cosmovisión, tanto es así, que el cristianismo popular sigue siendo una de las fuerzas vivas más poderosas en la vida cultural de América Latina. En la actualidad, más de 600 millones de personas de la Patria Grande profesan la fe católica, y el más maravilloso de los idiomas del mundo nos une desde el Río Bravo hasta la Antártida sin barreras. Estas instituciones no fueron simplemente impuestas, sino que fueron adoptadas y transformadas por los pueblos originarios, dando lugar a una síntesis cultural que aún hoy es una de nuestras mayores fortalezas, y que arrojó como producto cúlmine, el ensueño de tener en la actualidad un Papa argentino y sudamericano.
De nuevo, un genocido perpetrado a conciencia pulverizaría la más mínima posibilidad de absorción de semejante patrón cultural, religioso e identitario por parte de los pueblos de nuestra América y que nos define y nos funde culturalmente hasta nuestros días. Como denominador común, nuestra religión y nuestra lengua heredada son la amalgama que ha impedido la definitiva balcanización en nuestro suelo americano y la reproducción de guerras fratricidas en él.

Recuperar el sentido de la historia.

Podemos afirmar que el imperialismo y las oligarquías locales son hábiles en crear distracciones y debates artificiales en sus semicolonias en el marco del despliegue multidimensional de una guerra total, desviando el discurso racional de los verdaderos problemas de nuestras naciones. El bienestar de las masas postergadas de América –en su mayoría mestizas y originarias– no es una prioridad para estos poderes; su objetivo es fabricar conflictos que perpetúen y agraven la fragmentación que aún sufrimos para sostener su dominio material y espiritual. Paradójicamente, aunque la división económica ha sido un factor de desunión, lejos de destruir la conciencia de unidad latinoamericana, ha contribuido a fortalecerla en su raíz histórica más profunda.
Por ello, la solución para nuestros compatriotas marginados, sean indígenas del Norte o Sur argentino, del Perú, de Bolivia, México o Guatemala, no radica en su reivindicación “nacional” frente a los supuestos “blancos” usurpadores, sino en la construcción de un frente común de todos los explotados, sin importar su raza. Es esencial entender que el enemigo no es un abstracto “blanco”, descendiente de conquistadores o inmigrantes europeos. El verdadero adversario es el imperialismo y las oligarquías que continúan oprimiendo a nuestros pueblos.
Para concluir,el “12 de octubre” debe ser entendido como una oportunidad para reflexionar sobre nuestra historia común y los desafíos que enfrentamos como región los Americanos del Sur. Es menester zambullirse en ella y recuperar el sentido de nuestra historia, entendiendo que nuestra identidad se forja a partir de una síntesis cultural que incluye tanto a los pueblos originarios como a los europeos que llegaron a estas tierras. Debemos alejarnos de las posturas que buscan dividirnos y abrazar nuestra diversidad como una fuente de riqueza, sin perder de vista la importancia de la unidad nacional y continental. Por ello, el prejuicio, la cancelación agresiva y la retirada de monumentos no parecen ser los mejores métodos para revisar la historia ni un ejercicio adecuado de respeto hacia las creencias y sentimientos de las mayorías en nuestro continente, si se pretende tener una evolución coherente en el tiempo. Hay que tener cuidado con una diversidad llevada al extremo, pues puede desembocar en los efectos perjudiciales del diversionismo, que promueve la segregación y el conflicto. La historia de América Latina es una historia de mestizaje variopinto y de integración de nuestros pueblos que atrajo como fruto una nueva y original civilización; en ese sentido, debemos pugnar por la consolidación de un espíritu de pensamiento nacional situado, propio y racional, para enfrentar los desafíos del presente y del futuro nutriendo la conciencia latinoamericana.
No se trata de romantizar ni de demonizar ningún tipo de leyenda, ni de idealizar ni deshumanizar a los pueblos indígenas, tampoco de importar y tomar posición por tendencias externas, por eso no hace ninguna falta ser indigenista ni hispanista, porque aquel descubrimiento o, mejor dicho, aquel encuentro fue un encuentro recíproco. Podemos enorgullecernos de la sangre indígena y también reconocer el legado hispánico. Porque es bueno ser distintos, pero lo más importante primero es ser iguales.
“Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa”. Manuel Ugarte.

  • Gustavo Matías Terzaga. Pte.de la Comisión de Desarrollo Cultural e Histórico “Arturo Jauretche”, Río Cuarto.

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