Los orígenes del racismo (y del imperio)
En ningún país de la historia, el racismo ha tenido tanto peso a los largo de los siglos, como en EEUU. Sin embargo, le deben a los negros, no solo las mejores contribuciones a la cultura, sino también haber sido el motor de su desarrollo capitalista.
El comercio de esclavos transformó a los trabajadores humanos en capital fijo y produjo la riqueza que le permitió al viejo mundo desarrollar las tecnologías para las sociedades capitalistas.
Cuando los Virginianos del 1600 necesitaron mano de obra para sus cultivos, comenzó el tráfico de negros y la esclavitud pasó enseguida a ser una institución estable. Como a los indios no podían capturarlos y obligarlos a trabajar para ellos, porque los ingleses eran muchos menos, la respuesta estaba en los esclavos. Desde 1790 a 1860 el Sur pasó de producir mil toneladas anuales de algodón a un millón, y de 500.000 esclavos a 4 millones.
Marx identificó al sistema esclavista de africanos en América, como parte de los cimientos del capitalismo occidental. La esclavitud fue un eje tan central en la industrialización, como la máquina y el crédito. Sin esclavos no había algodón y sin algodón no había industria moderna. Este fue el valor de las colonias, y las colonias crearon la condición necesaria para la producción a gran escala: el comercio mundial.
Las revueltas en aquellos tiempos estaban a la orden del día, por eso se montó sobre ellos un sistema de destrucción cultural y familiar que les impedía rebelarse. Aunque el temor más profundo de las elites americanas, era que los negros se unieran a la extensa subclase de blancos pobres que llegaban desplazados de las ciudades europeas, para derrocar el orden existente.
En los primeros años se daba una estrecha relación entre negros y blancos pobres, que hasta derivó en revueltas importantes como la Rebelión de Bacon a finales del siglo XVII. ¿Qué podía pasar si se unían diferentes grupos excluidos? ¿Si los hombres libres desesperados hacían causa común con los esclavos? La respuesta para separar a los blancos pobres de los negros peligrosos era el racismo.
La clase dirigente proclamó que todos los hombres blancos eran superiores a los negros y permitió el desarrollo de una clase media blanca de pequeños colonos independientes, agricultores y artesanos urbanos, y a cambio de pocas recompensas, lograron que se conviertan en un sólido antídoto contra indios y esclavos.
Para fijar estas lealtades con algo más poderoso que el beneficio material, entre 1760 y 1780 recurrieron a las consignas de libertad y fraternidad: con eso podía reunir a blancos suficientes como para afrontar la independencia de Inglaterra, sin acabar con la desigualdad.
EEUU debió sacudir la tutela colonial inglesa en las Guerras de la Independencia, para que sus 13 colonias comenzaran la propia revolución nacional burguesa. Inglaterra no exportó directamente a EE.UU. sus formas de producción más desarrolladas. Norteamérica era ante todo una colonia inglesa.
La esclavitud fue su pecado original. Mediante ese modo de producción el capital inglés introdujo los gérmenes de la gran industria. La lucha antiesclavista se convierte así en el pivote de la guerra civil norteamericana. Destruir la esclavitud, significaba terminar con la influencia del imperio inglés y la relación colonial con los piratas. Al mismo tiempo, una oportunidad histórica para el capital local, de dominar a toda la sociedad norteamericana.
Lincoln, tras la secesión del Sur en 1860, pudo usar los intereses de los ricos y de los negros, en un momento en que esos intereses se encontraron. Las Guerras Civiles incidieron sobre el problema de la esclavitud y dejaron para resolver en el futuro el conflicto con los negros, que no fueron asimilados como otros ciudadanos norteamericanos.
El ejército de la Unión, se abrió a los negros y mientras más se sumaban a la guerra, más sentían estos que luchaban por su propia independencia. Mientras Lincoln amenazaba a los estados separatistas con abolir la esclavitud, les concedía este derecho a los que desistían de enfrentar al Norte. Ya en el curso de la guerra, los nordistas antiesclavistas reprimieron por la fuerza la simpatía de los esclavos. Los blancos pobres del Norte, resentidos con el reclutamiento a una guerra que no pudieron hacer propia, volcaron su ira no contra los ricos que la empujaban a ella, sino contra los negros que tenían a mano.
El fin de la esclavitud que sanciona Lincoln (ciertamente presionado por grandes movimientos abolicionistas de blancos y negros), fue en realidad, orquestado de una manera que permitió poner límites a una verdadera emancipación. La liberación, concedida desde lo alto, solo llegaría hasta donde lo permitieran los intereses de los grupos dominantes.
Los escritos de Marx sobre “La Guerra Civil en los EE.UU” revelan que la raza para él, no ocupaba un lugar secundario a la lucha de clases. Por el contrario, Marx impulsaba la abolición de la esclavitud como precursor para unir a la clase trabajadora en una misma causa por la emancipación humana. Por eso, aunque apoyó al Norte durante la secesión, criticó fuertemente los desvíos que se produjeron en ésta del sentido más revolucionario de la misma.
Así, la guerra de secesión produce la fase revolucionaria de la formación de la nación, el salto al capitalismo y trae con ella la liberación de los esclavos, y al mismo tiempo, la exclusión de los negros y la fase imperialista de su futuro.
Luego del asesinato de Lincoln, la violencia blanca contra los negros se extendió por todo el territorio. La oligarquía sureña organizó el Ku Klux Klan y otros grupos terroristas, y los políticos del Norte empezaron a sopesar las ventajas del apoyo político de los negros pobres contra un Sur que había aceptado el predominio Republicano y la legislación empresarial. Había llegado la hora de que las elites del Norte y del Sur se reconciliasen para fundar un nuevo orden capitalista. Se les aseguró a los blancos del Sur la autonomía política y la no intervención en temas de racismo y se les prometió una parte de los nuevos frutos que arrojaría este nuevo sistema económico. A cambio, estos aceptaban convertirse en un satélite de la región predominante.
El albor del siglo XX llegó con todo el progreso tecnológico (el vapor, el acero, la electricidad y la maquinaria agrícola) que permitió un aumento asombroso en la productividad del trabajo. Con esto, la consolidación de la industria norteamericana dispuesta a invadir el mundo y hacerse con todos los mercados.
Las guerras a las que se lanzaron, podían posponer, aunque no suprimir del todo, la ira de clases. Aparecen los partidos socialistas y anarquistas y las revueltas obreras pero salvo escasas excepciones, los negros vuelven a quedar por fuera. Para la Federación Laborista Americana, el racismo resultaba práctico: monopolizando la oferta de trabajadores más calificados, conseguían mejores condiciones para estos. Los empleados de la AFL ganaban buenos sueldos, se codeaban con los patrones y hasta paseaban por la alta sociedad.
Luego del colapso del 29 y al mando de Roosevelt, se pone en marcha un proceso de reformas para salvar al capitalismo: el New Deal. Sin embargo, estos programas ignoraron nuevamente a la mayoría de los negros. Por no ofender a los políticos sureños, cuyo apoyo necesitaba, Roosevelt no sacó adelante ningún proyecto de ley contra los linchamientos y el barrio negro de Harlem continuó con el mismo nivel de hacinamiento y el doble de mortalidad que los barrios blancos.
EE.UU. gana la II Guerra y desplaza a Inglaterra del centro de la escena mundial. Tuvieron que atender el problema racial justo al comienzo de la guerra fría. EEUU debía mostrar ante el mundo bipolar, su supuesta democracia y bienestar social. Los negros comenzaban a rebelarse, animados por las promesas hechas durante los años de crecimiento que trajo la contienda y frustrados luego por falta de mejoras en sus condiciones de vida.
Truman llevó adelante algunas enmiendas sobre los derechos civiles y la segregación racial. Por eso, la Revolución de los Negros llegó por sorpresa en los años 60. Los recuerdos de gente que ha sido oprimida es algo que no puede borrarse: la música del blues, ocultaba el enojo, y el jazz, presagiaba revolución. Así aparecen Martin Luther King, Malcom X y los Panteras Negras.
Las revueltas que vemos hoy, luego del asesinato de George Floyd, no son las primeras ni las últimas, aunque no tienen la misma connotación que el movimiento extendido durante los años 60-70. En ese momento, los negros contaron con el apoyo del descontento generalizado que causaba en gran parte de la población, la guerra de Vietnam.
No es casual que aunque es Trump quien encarna el racismo rancio de buena parte de la sociedad, los focos más álgidos de las protestas, hayan surgido en los Estados gobernados por demócratas. Este partido no ha respondido a sus promesas electorales de cambiar la situación de exclusión, violencia y marginalidad en que se encuentran. Los blancos empobrecidos, aún confían en Trump que les promete liberarlos del asedio chino, recuperar el EEUU industrial y devolverles la grandeza americana.
EE UU es una potencia en declive, putrefacta por el mismo sistema que los llevó a ser los amos del mundo. El mismo capitalismo, concentrado y globalizado casi sin retorno en el negocio estéril de las finanzas, no puede dar respuestas ni a los negros, como prometen los demócratas, ni a los blancos, como pretende Trump, apelando al racismo latente y vigoroso y culpando a inmigrantes de ser la ruina de la Nación.
La decadencia del imperio
La descomposición de la URSS, marcó el comienzo de la nueva hegemonía unipolar del Hemisferio Norte con la supremacía Norteamericana, al mismo tiempo que ha ido cavando la fosa de su propia destrucción.
Tras la crisis del petróleo, a fines de la década de los 70, habían terminado para el mundo imperialista “los años felices” de la post guerra. La caída irreversible de la tasa de ganancia es la ley del marxismo que preside la deslocalización industrial. El capital comienza a desplazar la producción de bienes a la periferia del sistema, en busca de la mayor rentabilidad de los salarios bajos. La caída de la tasa de ganancia, empuja también a sacar el excedente del circuito productivo para desviarlo a la especulación financiera. Este nuevo capitalismo financiero y globalizado, necesita de los instrumentos provistos por el sistema imperialista tradicional: la fuerza bruta del aparato militar para imponer sus necesidades allí donde la extorsión económica no es suficiente. De esta manera, se mantiene inflada la burbuja artificial de una economía asentada en la especulación pura y no ya en el consumo. La propiedad capitalista, se disuelve en flujos gigantescos de dinero virtual de una parte a la otra del globo, pero no se asienta en ninguna parte, al tiempo que el gasto militar se eleva en proporciones astronómicas.
El capital imperialista, es quien ha herido, a la larga y entre otros, a los centros productivos norteamericanos. Hoy se sostiene con emisión de deuda pública, dejando en la calle y cada vez más desamparadas a las clases marginales y a la antigua clase media blanca de los polos industriales.
La apertura a los capitales productivos, fue dispuesta en la periferia por Deng Xiaoping en 1978. China ingresa así en un proceso de desarrollo inédito, aunque sin ceder el timón a “la mano invisible” ni perder jamás el control centralizado en el Estado. Mientras tanto, el poder imperialista juega a sostener la hegemonía global contando con el dominio de las tecnologías de punta, con la especulación y la deuda pública, que se presumían eternos. Tal vez, su creencia de ser el pueblo elegido les impide ver que pueden perder el monopolio de la innovación tecnológica.
China superó este año, por primera vez, a EEUU en solicitudes de patentes y ya es líder en tecnologías de punta de inteligencia artificial y 5G. Ahora compite también en el desarrollo de la vacuna y medicamentos para Covid 19. Logró que sus productos industriales de alta tecnología pasaran de constituir el 7% del valor mundial en 2003 a un 27% en 2014. Expandió la inversión en ciencia y tecnología, y avanzó en la adquisición de activos estratégicos y expansión global de sus empresas, convirtiéndose en un jugador principal en la inversión extranjera directa.
Con la triplicación de los salarios en los últimos diez años, Beijing produjo un gran giro apuntando sus enormes recursos excedentes al mercado interno. Para ello disminuyó en más de un 60% el financiamiento a Estados Unidos a partir de la compra de bonos del tesoro. De esta manera, además de herir al centro financiero americano, deja de ser la fábrica del mundo para ir camino a ser el mayor centro productivo-tecnológico del mundo.
El lanzamiento del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en 2009, la “Nueva Ruta de la Seda” en 2013, la iniciativa que impulsa otra arquitectura financiera de escala mundial, como el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura y el Banco de los BRICS, ensombrecen al FMI y el Banco Mundial.
Estos movimientos exacerban las reacciones de Estados Unidos y alimentan la guerra mundial híbrida y fragmentada que transitamos. En ese marco, el imprevisible Trump pretende buscar un atajo para marchar hacia atrás y rehacer la grandeza norteamericana perdida.
El proteccionismo y las agresiones a China, son una reacción tardía y muy probablemente condenada a fracasar. El bloque más poderoso del establishment norteamericano está vinculado a la especulación financiera y al complejo militar y cuenta actualmente con un poder sin frenos, al que Trump (aún luego de romper con el presidente de la Reseva Federal Jerome Powell y con el poderoso halcón John Bolton), no termina de oponerse.
Más allá de las idas y vueltas del líder caricaturesco, la política exterior Norteamérica siempre fue (y sigue siendo) la agresión. Es parte indisociable del imperialismo. Aun cuando tengan que apelar a la guerra híbrida y a otros mecanismos para desestabilizar países o regiones donde afloran movimientos nacionales, o donde paulatinamente van perdiendo el control por el arribo al escenario global de los nuevos polos emergentes.
El único mérito de Trump en este sentido, es comprender que los EE.UU. ya no pueden ganar cualquier guerra. Aunque se jacte con bravuconeadas, y aunque despliegue ofensivas sobre su patio trasero, el magnate de los negocios inmobiliarios es la evidencia de que Norteamérica va perdiendo la hegemonía de buena parte del planeta y el síntoma de que se desmorona el sistema que los hizo grandiosos.
La pandemia como catalizador de la crisis
La epidemia que se desató en Whuan, y que durante el mes de enero presagiaba una caída del gigante asiático, terminó en realidad, acelerando el proceso de descomposición latente en el hemisferio occidental.
El mundo y las transacciones comerciales temblaron durante enero y febrero cuando China cerró sus mercados. Pero demostró, aún con errores al comienzo, un manejo de la situación que los condujo a controlar con muy pocos daños sanitarios la explosión epidémica, al mismo tiempo que se estima una buena recuperación económica para el resto del año (reactivando la obra pública y su mercado interno).
De lo que no quedan dudas, es del fracaso de la hegemonía neoliberal como proyecto político, para hacer frente a una pandemia anunciada por la comunidad científica hace más de una década. El manejo errático y la falta de una política federal para combatir al virus, son solo la punta del Iceberg de un sistema que ante un agente externo, se desmorona.
Quedan en evidencia las desastrosas condiciones de un Sistema Sanitario totalmente al servicio del negocio de la medicina y el gran desfinanciamiento promovido por Trump a los organismos de control epidemiológico (CDC) y a todos los acuerdos de investigación y prevención de estos fenómenos, que EE.UU. realizaba con China.
El sueño de volver a los años dorados del New Deal se torna cada vez más imposible. El porcentaje que aporta la industria al PBI, no aumentó durante el Gobierno de Trump. La mayoría de los puestos de trabajo que crecieron en estos últimos años fueron en la construcción, los servicios y la administración. Todo sustentado con la abultada emisión de deuda pública, que ahora se destina además, a salvar nuevamente al sector financiero del colapso. La fragilidad es tal, que las cifras de desempleo pasaron del 3,5% en diciembre al 13,3% en mayo. La crisis global actual, iniciada a fines del 90 y consagrada en el estallido de 2008, explota ahora en proporciones astronómicas.
Fuerzas en pugna en el nuevo escenario mundial
Es justo pensar que EE.UU. ha sido gobernado (desde la secesión en adelante) por dos alas de un mismo partido imperialista: Republicanos y Demócratas. Pero entre ellos, y entre distintas fracciones del establishment, los desacuerdos y los pases de factura pueden ser implacables: magnicidios y destituciones que conocimos en la historia.
El “deep state”, impide cualquier intento de oponer al capitalismo financiero, alguna alternativa de capitalismo productivo nacional. Pero es fundamental no caer en la interpretación simplista de esa contraposición. Porque un capitalismo productivo nacional, solo es históricamente progresivo cuando se desarrolla en países sometidos al poder imperialista y a sus clases parasitarias autóctonas, que necesitan desarrollar sus fuerzas productivas para despegarse del sometimiento. En un imperio superdesarrollado, el industrialismo solo puede ser expansivo y el globalismo financiero es consecuencia de ese industrialismo.
Tan erróneo como asegurar que lo único que hoy está en pugna es el globalismo vs la multipolaridad centrada en bloques nacionalistas (esa vaga caracterización que deja por fuera del análisis las profundas diferencias entre los nacionalismos defensivos y los opresores), es interpretar superficialmente a China como la nueva potencia capitalista emergente con ambiciones imperiales.
La transformación del país de Mao, que fue hasta antes de la revolución del 49 una semicolonia del imperialismo mundial, hoy se encuentra ingresando al club selecto de los países avanzados, pero aún le falta mucho para completar el pleno desarrollo de su capacidad productiva y sus desequilibrios sociales. Esto, lo logró llevando a cabo (empíricamente) una especie de Nueva Política Económica (NEP), algo ya propuesto hace un siglo por Lenin durante la Revolución Bolchevique. Aunque la estrategia de Lenin quedó trunca cuando Stalin tomó el poder, la NEP se proponía la apertura a capitales privados y externos para poder desarrollar las fuerzas productivas necesarias (que en Rusia eran terriblemente atrasadas) a través de un Capitalismo de Estado, como paso previo al verdadero socialismo.
China permitió el ingreso de los capitales transnacionales, pero con total predominio estatal y control de todos los sectores productivos, financieros y de su política económica. Hoy, alcanzaron al PBI norteamericano, pero con una productividad del trabajo muchísimo menor y un amplio margen para seguir aumentándola. Solo de alcanzar ese índice al mismo nivel que el polo occidental, se generaría una crisis de sobreproducción sin demanda solvente. Comandado bajo el actual sistema capitalista, el mercado mundial funciona bajo las reglas de capacidad de compra y no sobre las necesidades humanas.
Sumado a la creciente sustitución del trabajo por sistemas automatizados, que desplazan cada vez más al hombre como la fuerza necesaria para satisfacer sus propias necesidades de subsistencia, nos aproximará, sin duda, a los límites del sistema social vigente, aun en el caso de que la elite del Partido Comunista Chino quisiera perpetuar la propiedad privada.
Pero no deberíamos ceder ante el desliz de suponer, que ante este escenario de crisis consagrada de la hegemonía neoliberal, el mundo vire hacia un sistema que dé cabida al desarrollo y las necesidades humanas de todos sus habitantes. Esto sería pecar de un utopismo tendiente a prolongar la decadencia. La lucha es feroz y puede acabar en la barbarie.
Son los movimientos populares que claman por romper con el ahogo del sistema vigente, las otras fuerzas principales en pugna en este nuevo orden mundial que no termina de gestarse. Pero el problema, es advertir la profunda “crisis en el pensamiento” dentro del campo revolucionario, que obstaculiza la tarea de construir un arsenal teórico-práctico como base fundamental para cambiar el orden social vigente. La ausencia de alternativas superadoras que sobrevino luego del fracaso de URSS, no propone ninguna salida para superar este momento.
Desde la periferia semicolonial, debemos impulsar un desarrollo auto-centrado en la Nación latinoamericana. La única alternativa de posicionarnos como actor de peso en este mundo global. Explotando la capacidad de la Argentina de expandir su potencial científico tecnológico y de crear nuevos modelos de industria, acoplados de forma complementaria con economías en desarrollo (China cumple este requisito). Contamos con la ventaja de ser dueños de los recursos naturales esenciales y de gran cantidad de materia gris para convertirlos en valor agregado. Necesitamos construir desde las fuerzas populares, la cohesión y la conciencia suficiente para llevarlo adelante.
Fuentes:
- «La otra historia de los EEUU» (Howard Zinn)
- «Escritos sobre la Guerra Civil en los EEUU» (Marx y Engels)
- Perspectiva: Enrique Lacolla
- «¿Hacia dónde va China? Su transformación y el futuro del orden global» (Aurelio Argañaraz)
- «China y el nuevo momento geopolítico mundial» (Gabriel Merino)